jueves, julio 15, 2010

Informe: “Vida de guardaparque & familia” (Parte 2)

Por Bernardita Bielsa *

CAMBIO DE VIDA

No tenía dudas ni la edad para ingresar pero decidido como era, escribí tres años seguidos a parques hasta que fui seleccionado y viajé a rendir a Buenos Aires. A pesar de que había muchos inscriptos pasé bien el examen, las entrevistas, y entré como aspirante. Atrás quedaron el final de mi secundario con honores, la renuncia a un empleo seguro y bien pago, mis padres bastante desilusionados porque creían que su hijo era un fracaso porque no cumplía con sus expectativas (las de ellos), y a los 21 ya estaba recibido. Con esa edad fui uno de los graduados más jóvenes de mi promoción, y mi sueño estaba en parte cumplido.

Muy lejos fueron quedando mis aventuras de cuando era chico. Los viajes en el colectivo a lo de mi tía a Colonia Teresa en San Javier, las corridas de la madrugada para juntar los terneros y ordeñar las vacas, bañarse con los criados en el valentón de las arroceras, de cuando salíamos a cazar pajaritos con el aire comprimido, y de la fea sensación de aquella vez que maté un picaflor y lo ví morir mientras lo tenía en mi mano. Y los legados ancestrales de mi abuelita mocoví que vivía en el barrio El Triángulo al lado del club Central, y el tiempo inexorable que habría de encargarse de que se quedara para siempre cobijada en estas tierras.

SI DE RECORDAR SE TRATA

Ahora me despierta el viento de Bariloche que azota con fuerza el muelle de madera. El verano se acaba de ir y me doy cuenta de que la ropa que traigo no me sirve para este clima. Forzado por el frío cambio mocasines por borceguíes y raquetas de nieve; pies descalzos por medias de lana de oveja tejidas a mano por las mujeres mapuches; piel desnuda al sol por campera impermeable y de plumas; cama y colchón por bolsa de dormir; techo y casa segura por carpa pesada y colorinche; valijas y bolsos por mochila y mochilín.

En la Modesta Victoria cruzamos el Nahuel Huapi con mucho oleaje que más que un lago parece un océano, y al fondo se empieza a ver con más claridad la Isla Victoria y con ella mi nueva existencia. La escuela se llama Bernabé Méndez y mis compañeros - un total de 30, vienen como yo desde distintos lugares. Durante diez meses nos levantamos temprano, arriamos la bandera, estudiamos, salimos de campaña. Soy feliz porque hago lo que realmente me gusta. Todo es nuevo y como no conozco ni sé nada de mi país, historia, árboles y pájaros, devoro todos los libros que tengo a mi alcance. Mi promoción es una de las primeras que egresa y poco después de terminar con la instrucción, nos desparraman en los distintos parques. Como tengo buen promedio me dan a elegir y allí nomás de puño y letra escribo “Los Alerces”, sin saber que las cumbres de las montañas de los Andes me buscaban hacia miles de años, tanto como yo a ellas.

EL PRIMER DESTINO

Recién recibido y en casa central en la Capital me despiden con un boleto en la mano y muchos buenos deseos. Hago un largo viaje en tren desde Retiro hacia El Maitén, en Chubut. Espero toda la noche en la estación y apenas asoma un poco de claridad siento algo así como un trueno, pero es La Trochita que empieza a caminar. Y allí nomás prender la salamandra, calentar el agua en pava negra de hollín. Y el mano a mano con las obligadas rondas de mates y preguntas de los lugareños de estas tierras olvidadas de reliquias, leyendas y bandidos.

A Esquel llego con mi poco equipaje, todo lo metí en la valija y el baúl que habían sido de mi abuelo que ya están más para una exhibición de antigüedades que para este paisaje nevado. Siento mucho frío, se puede decir que me congelo. Un abrazo de bienvenida me dio el calor suficiente para abrigarme los primeros días, el resto tengo que hacerlo a fuerza de hacha y fuego lento. Todo me parece un sueño ¡Tan lejos de todo lo conocido!

UNA CASA, UN VEHÍCULO OFICIAL Y UNA GRAN FAMILIA

Casi sin darme cuenta estoy con mi uniforme y vivo en una seccional. Soy soltero y no me pesa porque hice un grupo de amigos y cada cual me adoptó a su manera. Soy para la gente de la Villa un poco hijo, hermano, sobrino, tío. Es mi primer otoño en el sur - la patagonia, y como regalo llueven ¡cuarenta días seguidos! Pensé que con el aguacero la gente no trabajaría, pero me equivoqué lindo porque todo sigue andando como si nada.

Hago muchas cosas, tiempo para aburrirme no tengo; atender el pingo, el grupo electrógeno, luego las largas recorridas por las playas del Futalaufquen para hablar con los acampantes, juntar la leña para el invierno y llenar la leñera lo más que se pudiera, y las noticias de las otras seccionales que las escucho por lo general de noche cuando están los turnos en el radiotransmisor.

SIEMPRE LISTO

Lo que más me atrapa es subir las montañas, los cerros, los picos, hacer cumbre; mirar con insistencia los catálogos y vidrieras de negocios de ropa y equipos especializados; colgarme los prismáticos, grabar las voces de los pájaros y otros sonidos naturales; juntar imágenes (diapositivas y fotos) capaces de empapelar una casa entera. Raras obsesiones para una sociedad como la nuestra que promueve el confort, el estómago lleno de porquerías, el corazón saturado de sentimientos ajenos, y muebles atestados de ropa inútil que no se usará más que una sola vez en la vida.

Siempre estoy preparado para lanzarme a cualquier hazaña. El escenario está allí esperando, subo tranquilo acompañado solo por mi propio pulso. Abajo quedan los menos atrevidos esperando el regreso, que prestan luego sus oídos para escuchar relatos, viendo a través de las palabras, paisajes que tal vez nunca puedan oler o pisar. A estas incesantes ganas de conquistar nuevas crónicas de viajes, interminables caminatas en vericuetos intermontanos, sumé un nuevo eje en las travesías: La búsqueda de los últimos refugios del huemul, nuestro ciervo andino. La realidad es que ni los presupuestos asignados ni el sueldo alcanza para comprar los equipos que permitan hacerle frente a las inclemencias (lluvias, nevadas) monitoreando así la especie a largo plazo y en cualquier época del año, pero igual salgo de expedición todas las veces que puedo porque siento la imperiosa necesidad de hacerlo.

LA FAMILIA PROPIA

Las visitas al área le dan al día un sabor especial. Es una mañana de mayo y llega un colectivo lleno de chicos con guardapolvos blancos. Yo sólo puedo ver mi soledad cuando quien estaba a cargo del grupo me se acerca, se presenta, y así nomás como por arte de magia mi corazón se ilumina al ver sus ojos a pesar de la lluvia que cae y nos empapa con ternura. Tengo la impresión de que a ella le pasa lo mismo. Y la pregunta insidiosa que no busco y que oigo tan claro dentro de mí ¿Por qué no compartir mi mundo con alguien?

Y así fue como este encuentro sencillo, austero y sin protocolos, deja una maestra para los chicos rurales y la inseparable compañera de toda mi vida. Es lindo verla adaptarse rápidamente a estar aislados, a la cocina económica. Con el jeep baja todos los días a la escuela y se ocupa de enseñar a leer y escribir, y en los recreos revisa las cabezas buscando piojos. Otras veces limpia uñas y patitas porque después de algunas horas de encierro en el aula ¡los olores se sienten!

DE REPUESTO Y PARA RATO

Tengo un solo franco por semana y las compras las hacemos una vez al mes cuando vamos al pueblo y cobramos el sueldo. Muchas veces mi mujer se queda sola y entonces se encarga de la económica, de atender a los turistas, del acceso, y resolver problemas mecánicos. De noche prende el grupo y la radio para hacer los turnos y comunicar las novedades, Mi mujer ama esta vida tanto o más que yo, y con el tiempo el perfume de todos los días, el olor a pan recién horneado y su risa van impregnando de igual modo las paredes de la casa y la mudez de la cordillera.

A principios de diciembre del 80 con la Resolución en la mano, llega el camión y en medio del trajín los cajones de la mudanza armados para tales ocasiones se van como nosotros para más arriba del mapa, al norte. Las despedidas son tensas e interminables. Esta tierra pródiga de bosques, ríos y lagos que nos hizo un lugar para que naciera nuestro primer hijo, ahora nos está despidiendo con el sigilo recurrente y un cielo radiante y azul. Este es nuestro primer traslado pero sabemos que no será el último.

CAUSA COMÚN

Los paisajes nos sorprenden abrazados en el Parque Nacional El Rey en Salta, allí donde ve la luz el segundo hijo. La Seccional se llama Popayán y los veranos del norte son tan largos y lluviosos como los inviernos del sur con la diferencia de que el calor moviliza a millares y millares de insectos. Como es imposible controlar el bicherío y el bebé todavía no gatea, le hemos construido una jaula que viene a ser algo así como un corralito para que pueda jugar tranquilo.

Ahora en el revoltijo de recuerdos veo que hace muchos años que caminamos el país con los hijos, los pocos pertrechos que tenemos, y el reconocimiento de la gente por lo que hacemos, a cuestas. Pero no somos la excepción. Las otras familias de guardaparques pasan por lo mismo, y las situaciones se repiten incansablemente y son similares a pesar de los kilómetros que separan a un parque de otro.

ANDANDO CAMINOS

Para sorpresa nuestra otra vez el traslado, y de vuelta al sur, y comprar en El Bolsón camperas y ropa de abrigo y acostumbrarnos a otros ritmos. La gente en Lago Puelo no es como la de Las Lajitas en Salta, ni como la de San Martín en Calilegua, o la de Capitán Solari en el Chaco. El frío moviliza la capacidad de supervivencia y eso se ve a simple vista. Y que rara esta sensación de no ver gente con machetes y facones en la cintura o con escopetas al hombro. Y encontrarse otra vez con el lenganto rojeando allá arriba, lugares sagrados que tanto extrañaba.

Con estas cuestiones del vagabundeo muchos de mis colegas habían renunciado a Parques ya que la familia no superaba las movidas, porque la mujer necesitaba mantener su trabajo estable, y obviamente porque no se soporta la pérdida de identidad y de afectos. Los que no renunciaron se separaron o divorciaron, mi esposa y yo debemos ser una excepción.

SEMILLA PLANTADA EN BUENA TIERRA

Ahora siento un cansancio enorme. Hemos trabajado todo el día y el techo está tomando forma. Después de haber pasado tanto tiempo como extranjeros en nuestra propia tierra queremos por fin echar raíces, y de a poco lo estamos logrando. Estamos todos muy expectantes ya que la cabaña ya se deja ver en la chacra que compramos al lado mismo del Currumahuida.

Parques se me metió en todo, en mi vida, en mi sangre. Hace un año que mi hijo mayor se recibió de guardaparque. De alguna manera yo le quise sacar esa idea de la cabeza pero él no me quiso escuchar, metió algunas pocas pilchas en su mochila y se fue. Cuando nos vino a visitar la primera vez no trajo sombrero de ala ancha como es la costumbre de los viejos. Sólo tenía una gorra tipo visera que de tan común y corriente era imposible distinguirla de cualquier otra, y la novedad de que las chicas ahora también son guardaparques.

CASI UNA LEYENDA

Los cambios son necesarios porque corren impulsos nuevos pero mi experiencia me dice que los problemas siguen siendo los mismos - los de siempre, y que el planeta a pesar de todos los avisos está peor que cuando tomé conciencia hace más de treinta años. El mundo está lleno de incertidumbres y creo que tengo pocas certezas. Antes las cosas eran o blanco o negro, nada se cuestionaba, las verdades eran absolutas. Bastaba sólo con aplicar el reglamento. Ahora todo es relativo y cuando tenemos que tomar decisiones nos vemos en la obligación de evaluar dónde estamos parados.

La memoria colectiva de turistas y visitantes hace que nos lleven a sus hogares fotografiados como recuerdos de viaje, pero lo cierto es que esto no deja de ser la administración pública y nosotros simples empleados que a falta de escritorios elegimos caminar interminables recorridas por senderos inexplorados del planeta, y a nuestro modo y como podemos hacemos lo que nos gusta y cuidamos lo que nos fue legado. Sin embargo y como siempre ocurre, no todos estamos cortados con la misma tijera. Los de última generación no son todo terreno, ya casi no viven en el campo, fastidian los espacios de trabajos en las intendencias en pleno centro de las ciudades, y las seccionales permanecen vacías sin que nadie disfrute del aislamiento de cuando se cortan los caminos en invierno. Y a decir verdad los guardaparques estamos en vías de extinción y deberíamos integrar el Libro Rojo de especies en peligro.

ARTE EFÍMERO

Hoy los riesgos de los parques ya no son sólo los incendios y la caza furtiva, sino la corrupción y las políticas implementadas desde arriba, a las que se suman los intereses ajenos a los argentinos y al servicio del banco mundial. Para que esto ocurra no faltan los tristemente célebres personajes que ascendieron a fuerza de cuñas y políticas inadecuadas y que poseen intereses dentro del sistema; la falta de medidas efectivas y severas; los amiguismos de funcionarios públicos generalmente con apoyo de las provincias, y la pasividad de parques influenciada permanentemente por presiones políticas que se repite en todos los ámbitos de la administración.

Lo real y verdadero es que los procesos de evolución continúan, que ya no sirve ni alcanza cuidar pedazos de este planeta azul, y que las piezas únicas de arte efímero que a cada segundo aparecen frente a nuestros ojos deben ser entendidas como un todo - en unidad, y no fraccionado para intereses y codicias de unos pocos. La supuesta y pretendida ineficacia de la institución como empresa, excesivamente centralizada y la falta de responsables idóneos y genuinos, ojalá no sea una estrategia para derrumbarla para que así florezcan las empresas privadas en las tierras del dominio público”.

(Esta historia fue escrita en base a reportajes realizados a familias de guardaparques, en especial a las esposas que tanto hicieron en aquellos años. Todas experiencias reales vividas en distintas seccionales e intendencias de los parques nacionales de Argentina.)

* DNI 13.057.402

0 Comentá esta nota:

Publicar un comentario