jueves, septiembre 30, 2010

Opinión: “Bendita policía infantil: Ellos dicen mierda, nosotros amén”, por Marcos Sourrouille

Por Marcos Sourrouille *

Mogollón de gente vive tristemente
para morir democráticamente
y yo no quiero callarme.
La moral prohíbe que nadie proteste
ellos dicen mierda nosotros amén…

Evaristo - La Polla Records

El primer dato a tener en cuenta es que aproximadamente medio centenar de niños se reunían en dependencias locales de la Policía provincial, bajo la coordinación de un capellán de la fuerza, formando parte de un grupo denominado “Policía Infantil”.

El segundo dato necesario para un intento de comprensión de la situación lo constituyen las reacciones que esto produce en la comunidad: éstas distan mucho del rechazo unánime, e incluso en un medio como PuertaE abundaron los apoyos al cura milico y su obra, entre párrafos que claman por la vuelta del servicio militar obligatorio o se preguntan si preferimos jóvenes que cometan pecados mortales como escuchar a Charly García y tomar cerveza en una esquina… Por supuesto que preferimos esos placeres al adoctrinamiento religioso y los ejercicios militares, pero tal vez haya alternativas analíticas más interesantes que una discusión maniquea en torno a las elecciones que realizamos como sujetos individuales.

La multiplicidad de lecturas posibles a partir de estos hechos, sumada a la necesaria inmediatez de la respuesta, hacen difícil ordenar una argumentación breve y coherente. Intentemos al menos plantear algunas preguntas a partir de los hechos y los discursos circulantes.

¿Es posible entender esto como un acontecimiento aislado? Es poco probable. Por ende, sería interesante situarlo en relación a procesos que atraviesan a la misma sociedad a escala local, regional y/o nacional.

En el plano local, estamos ante la misma comunidad en la cual hace un par de años el Ejército creyó oportuno difundir en escuelas secundarias un “documental” sobre su historia reivindicando -entre otras joyas- la “Conquista del Desierto” y el Operativo Independencia. La Policía Infantil en Esquel tiene como antecedente local a la Gendarmería Infantil. Además, la presencia en la vida comunitaria de las fuerzas “de seguridad” está probablemente más naturalizada que en otras ciudades, en función la convivencia cotidiana con el Escuadrón N° 36 de Gendarmería, el Regimiento N° 3 de Caballería, la Unidad N° 14 de Servicio Penitenciario Federal, la Policía Federal, la Policía Provincial…

Amén de estos datos de contexto, podríamos contrastar las indignadas reacciones de algunos sectores de la comunidad local contra la “mala interpretación” de las “buenas intenciones” del capellán policial y sus amiguitos con las reacciones suscitadas por la intervención del GEOP en Corcovado del 8 al 15 de marzo de 2009 y su posterior tratamiento judicial…

Evidentemente, es necesario un alto grado de naturalización y aceptación de los discursos y concepciones de mundo emanados de lo militar-policial-eclesiástico para no ver motivo de alarma en la mera existencia de la “Policía Infantil”.
Uno de los interventores en la defensa del capellán mostró -seguramente sin quererlo- parte de los programas biopolíticos que atraviesan este tipo de prácticas: el rol de control social que cumplen, y los sujetos concretos a los que hay que controlar. Al transparentar la asociación -por la mayoría callada- entre las policías o gendarmerías infantiles y el servicio militar obligatorio nos aportó una línea de lectura interesante, pero mucho más al explicitar que el objeto del control social son los sectores subalternos: es la población subalterna la que debe ser controlada, y son los cuerpos individuales de esa población el objeto que debe ser disciplinado. Los buenos vecinos no necesitan perder el tiempo leyendo a Foucault para saber que hace falta organizar una economía política de los cuerpos. Tampoco necesitan esa u otras lecturas para aprender lo que saben en la práctica: la invocación de la figura de la delincuencia y la amenaza a la seguridad es una herramienta fundamental para habilitar el control minucioso de la población (y la represión hasta sus máximos extremos, si recordamos los comentarios aprobatorios del gobernador y varios “buenos vecinos” sobre la actuación policial en los hechos de Corcovado). En términos muy generales, los que reclaman el control lo piden en función de otro peligroso y no sobre sí mismos. Nuestro ejemplo “de manual” podría ser el vecino que pide la disciplina militar para los pobres y no para los jóvenes de su familia.

Siguiendo con nuestras disgresiones de escaso vuelo académico: ¿cuántos de los defensores de la “Policía Infantil” habrán tomado para sí el trabajo de problematizar la “función social” de la práctica que defienden? Tal vez nos equivoquemos groseramente, y piensen que la alternativa que se plantea para “ciertos jóvenes” (básicamente no propietarios) está entre ponerse un uniforme y reprimir a sus semejantes en defensa de la sociedad y la propiedad privada o ser un (al menos potencial) pibe chorro. Tal vez el buen vecino piense que es realmente mejor adoctrinar a ese otro peligroso para que defienda nuestras cosas y nuestros valores (morales, de uso, pero sobre todo de cambio), en vez de tener que tenerle miedo por su (al menos potencial) falta de respeto a los dictámenes inapelables de la mano invisible del mercado (o por su falta de apego a la resignación a la pobreza y el poner la otra mejilla que pregonan los otros uniformados involucrados en el asunto de marras).

Pensando en algunos debates políticos de alcance nacional, estas prácticas podrían tener algún grado de parentesco con el “lavado de cara” de las fuerzas “de seguridad” que es en cierto modo la contracara de la política de estado en torno a los derechos humanos.
Pero, además de la Policía Infantil y los “fachos” que la apoyan, podríamos permitirnos centrar nuestra atención en el contenido de la mayor parte de las críticas públicas. Es interesante ver cómo la crítica suele limitarse a las instituciones (Iglesia y Policía) involucradas en un ámbito que no es el que la legalidad y la legitimidad les asignan (la educación, entendida implícitamente como escolarización). Aparentemente las formaciones y los discursos y simbologías nazionalistas (o incluso las formaciones, himnos y demás rituales) no son un problema si quienes los conducen son los herederos de Sarmiento… Incluso -sin ninguna ironía- podríamos preguntarnos por la lógica de la escolarización en tanto que tecnología de poder, por sus interacciones y solapamientos -por ejemplo- con la policía y la figura de la delincuencia… No hace falta ninguna sobredosis de erudición para imaginar que el mesianismo, el dogma, el autoritarismo y diversas prácticas violentas no son patrimonio exclusivo de quienes visten uniformes… En términos si se quiere más brutales, sotanas y guardapolvos son dos tipos de uniforme. Por supuesto, estamos hablando de diferentes tecnologías de poder (si bien dejamos abierta a las mentes inquietas la cuestión de sus especificidades, similitudes y solapamientos). La división social del trabajo funciona, evidentemente…

Decía John Holloway que el capitalismo es una sociedad de máscaras, donde las relaciones sociales de producción no se muestran de forma transparente, sino veladas a través de formas discretas como el dinero o la mercancía. De momento, la mayor parte de las discusiones giran en torno al “como si” de las máscaras. Seguirán entretanto los pastores esquilando a sus rebaños.

* DNI 27.147.125

Nota relacionada: Opinión: “La verdad no existe”, por Corina Milán

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