Por José Hernán Díaz Varela *
He leído con mucho pesar que el Concejo Deliberante de Esquel aprobó una ordenanza que autoriza las urbanizaciones privadas en su ejido municipal. Esta norma contó con la anuencia de nueve de los diez concejales. Sólo el vecinalista Osvaldo González Salinas votó en disidencia.
Conozco personalmente a algunos de los que votaron a favor y respeto su decisión, aunque me parece totalmente desacertada por los siguientes motivos:
En primer lugar, habría que señalar una verdad sociológica irrefutable: la sociedad es mezcla. Cualquier delimitación forzada que fragmente el espacio público u obstaculice una circulación fluida genera violencia simbólica.
Ni siquiera voy a ahondar en el concepto de discriminación que subyace en esta definición. Simplemente, los ciudadanos de la región debemos decir, con toda claridad, que los barrios cerrados no son parte de la agenda de la intervención urbana en la Patagonia. Pertenecen a una realidad ajena, propia de los grandes centros urbanos de nuestro país, con una problemática totalmente diferente. Por ello, considero que en esta decisión de la mayoría del Concejo Deliberante de Esquel prevalece, o una imitación acrítica y descontextualizada de un modelo totalmente extraño a nuestra idiosincracia regional o, directamente, un cholulismo banal, veleidad de nuevos ricos.
En segundo término, la lógica de estos ambientes de diseño se funda en una rígida delimitación espacial, con reglas de funcionamiento autónomas para esa peculiar situación de confinamiento; y la ilusión de la seguridad, entendida como resguardo personal y patrimonial desde una concepción individualista y de mercado. Es decir, yo formo parte de una comunidad acotada y escindida del común, y tengo seguridad porque la puedo pagar.
Insisto en que se trata de una ilusión. Como ejemplo emblemático, en el segurísimo country de Carmel asesinaron a María Marta García Belsunce y el plan de encubrimiento de ese crimen –aún no aclarado en su totalidad- fue posible, justamente, porque el homicidio ocurrió en un barrio cerrado.
Sin embargo, es comprensible que algunas personas reciban con agrado estas iniciativas. Probablemente hayan sido víctimas de robos en sus casas u otra modalidad delictiva que pone sobre el tapete el tema de la inseguridad que lamentablemente, y pese a los enfáticos dichos del jefe de Gabinete Aníbal Fernández, no se trata simplemente de una “sensación”. También resulta lógico el beneplácito del lobby inmobiliario y sus razones mercantiles. Pero es inadmisible que los representantes del pueblo convaliden este irritante parcelamiento del espacio público.
Además, los countries no solucionaron el problema social de la inseguridad. Son una respuesta al síntoma y no a las causas, la evidencia urbanística de la ideología de la tolerancia cero, de percibir la dinámica social como el conflicto inconciliable de grupos y “zonas” que sólo puede resolverse con el muro aislante, vigilado por guardias armados. Es, en definitiva, la respuesta de algunos ante la impotencia del Estado de garantizar seguridad para todos.
Y ya que vamos a imitar, veamos: ¿cómo solucionaron otras comunidades, otros países, el problema de la inseguridad?. En principio, entendiendo que había que combatir las causas, y que éstas no son “naturales”, y que la solución depende en gran parte de decisiones políticas, de acciones públicas integrales que entiendan la seguridad ciudadana en sentido amplio, que aborden las situaciones de vulnerabilidad más allá del mero asistencialismo, que promuevan y sostengan las redes sociales, las relaciones de vecindad y gestionen el espacio público como lugar de encuentro comunitario. Esos deberían ser los ejes de una planificación social estratégica para una sociedad inclusiva.
Lo opuesto a esto es la lógica del ghetto, del tabicamiento, de la exclusión. Claro, es más simple. Requiere menos esfuerzo, menos imaginación y es de efecto inmediato, cualidad muy apreciada por la mayoría de esta clase política pragmática que, como la única herramienta que conoce es el martillo, todos los problemas son clavos.
* DNI 17536512
Nota relacionada: Esquel: el Concejo Deliberante aprobó el polémico proyecto que habilita la creación de barrios cerrados
He leído con mucho pesar que el Concejo Deliberante de Esquel aprobó una ordenanza que autoriza las urbanizaciones privadas en su ejido municipal. Esta norma contó con la anuencia de nueve de los diez concejales. Sólo el vecinalista Osvaldo González Salinas votó en disidencia.
Conozco personalmente a algunos de los que votaron a favor y respeto su decisión, aunque me parece totalmente desacertada por los siguientes motivos:
En primer lugar, habría que señalar una verdad sociológica irrefutable: la sociedad es mezcla. Cualquier delimitación forzada que fragmente el espacio público u obstaculice una circulación fluida genera violencia simbólica.
Ni siquiera voy a ahondar en el concepto de discriminación que subyace en esta definición. Simplemente, los ciudadanos de la región debemos decir, con toda claridad, que los barrios cerrados no son parte de la agenda de la intervención urbana en la Patagonia. Pertenecen a una realidad ajena, propia de los grandes centros urbanos de nuestro país, con una problemática totalmente diferente. Por ello, considero que en esta decisión de la mayoría del Concejo Deliberante de Esquel prevalece, o una imitación acrítica y descontextualizada de un modelo totalmente extraño a nuestra idiosincracia regional o, directamente, un cholulismo banal, veleidad de nuevos ricos.
En segundo término, la lógica de estos ambientes de diseño se funda en una rígida delimitación espacial, con reglas de funcionamiento autónomas para esa peculiar situación de confinamiento; y la ilusión de la seguridad, entendida como resguardo personal y patrimonial desde una concepción individualista y de mercado. Es decir, yo formo parte de una comunidad acotada y escindida del común, y tengo seguridad porque la puedo pagar.
Insisto en que se trata de una ilusión. Como ejemplo emblemático, en el segurísimo country de Carmel asesinaron a María Marta García Belsunce y el plan de encubrimiento de ese crimen –aún no aclarado en su totalidad- fue posible, justamente, porque el homicidio ocurrió en un barrio cerrado.
Sin embargo, es comprensible que algunas personas reciban con agrado estas iniciativas. Probablemente hayan sido víctimas de robos en sus casas u otra modalidad delictiva que pone sobre el tapete el tema de la inseguridad que lamentablemente, y pese a los enfáticos dichos del jefe de Gabinete Aníbal Fernández, no se trata simplemente de una “sensación”. También resulta lógico el beneplácito del lobby inmobiliario y sus razones mercantiles. Pero es inadmisible que los representantes del pueblo convaliden este irritante parcelamiento del espacio público.
Además, los countries no solucionaron el problema social de la inseguridad. Son una respuesta al síntoma y no a las causas, la evidencia urbanística de la ideología de la tolerancia cero, de percibir la dinámica social como el conflicto inconciliable de grupos y “zonas” que sólo puede resolverse con el muro aislante, vigilado por guardias armados. Es, en definitiva, la respuesta de algunos ante la impotencia del Estado de garantizar seguridad para todos.
Y ya que vamos a imitar, veamos: ¿cómo solucionaron otras comunidades, otros países, el problema de la inseguridad?. En principio, entendiendo que había que combatir las causas, y que éstas no son “naturales”, y que la solución depende en gran parte de decisiones políticas, de acciones públicas integrales que entiendan la seguridad ciudadana en sentido amplio, que aborden las situaciones de vulnerabilidad más allá del mero asistencialismo, que promuevan y sostengan las redes sociales, las relaciones de vecindad y gestionen el espacio público como lugar de encuentro comunitario. Esos deberían ser los ejes de una planificación social estratégica para una sociedad inclusiva.
Lo opuesto a esto es la lógica del ghetto, del tabicamiento, de la exclusión. Claro, es más simple. Requiere menos esfuerzo, menos imaginación y es de efecto inmediato, cualidad muy apreciada por la mayoría de esta clase política pragmática que, como la única herramienta que conoce es el martillo, todos los problemas son clavos.
* DNI 17536512
Nota relacionada: Esquel: el Concejo Deliberante aprobó el polémico proyecto que habilita la creación de barrios cerrados
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Me parece curioso que alguien en Esquel quiera vivir en un barrio cerrado,en otros lados, si bien entendible, me parece espantoso. Espantosa elección de estilo de vida con vista al ombligo propio y de espaldas a la riqueza y a la complejidad de la vida. En Río Gallegos, cuando viví ahí, había unos intentos de barrio cerrado que no tienían ningún tipo de éxito, como era previsible (no se si habrán prosperado luego). Pero en la pelea contra la instalación de los mismos en Esquel me pregunto si es del todo válido "no permitirlos", ya que no veo que atenten contra el derecho de nadie, y tampoco creo que aumenten la brecha entre ricos y pobres, simplemente la hacen más visible, de una manera un poco obscena tal vez. Es una opinión nomás. No podemos impedir el deseo de algunos sectores de sentirse distintos, elegidos y al margen de la sociedad de la cual provienen, al final, saldrán empobrecidos (no en sus cuentas bancarias, claro).
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