Por Jorge Oriola *
Me refiero a los temas de interés local, zonal y provincial,
por un lado, y a los grandes temas nacionales, por otro. Repasando los spots de
campaña en la tv para estas PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y
Obligatorias), vemos que los pocos eslóganes con medidas o subtemas económicos
y políticos son del nivel nacional. Otros abordan una generalidad demasiado
vaga: rostros y breves currículos de vida de los candidatos, sonrisas, abrazos,
aparición de mucha gente común, figuras muy conocidas, sentimientos de bonanza
o de rechazo y varios etc. más.
En las generales, al elegir legisladores y ejecutivo
provinciales, es obvio que las ofertas electorales deben estar en función de
las demandas y los intereses de los ciudadanos y habitantes de cada provincia,
aunque siempre se combinan con la continuidad o rechazo al gobierno nacional
porque si bien este país tiene una Constitución federal la política está
demasiado centralizada. Dios, decía un poeta y cantor, está en todas partes
pero atiende en Buenos Aires. En éstas de 2013, nacionales (aunque en algunas
pocas provincias se eligen otros niveles), parece que se juega más esa
continuidad o rechazo al modelo o proyecto oficial que la posibilidad concreta
de ubicar en el Congreso nacional un representante del pueblo que logre
defender determinadas demandas locales o regionales, o bien articular con otras
regiones o provincias nuevas medidas que beneficien (teóricamente) al conjunto
de la base de la jurisdicción.
¿Cuánto podrán pesar en las decisiones electorales y en las
ofertas de los candidatos las temáticas regionales que más interesa al conjunto
de la población o a determinados segmentos sociales o zonales? Pongamos por ejemplo
la cuestión de la minería, la megaminería, la extracción de gas y petróleo en
general, la metodología de la fractura hidráulica en particular, la pesca y los
bosques, la falta o radicación de industrias, la presencia del Estado nacional
como protección general y la obra pública y el turismo para fortalecer empleos
directos, temas generales que nos son comunes a los habitantes patagónicos.
¿Qué posturas asumen unos y otros candidatos, partidos y frentes? ¿Qué
historial tiene cada uno o una como para tener alguna base de credibilidad,
algo de optimismo o simplemente de desconfianza? ¿Qué grado de participación
han tenido los pobladores y sus diversas asociaciones o agrupamientos de todo
tipo en la elaboración de propuestas? ¿Cómo ha sido la elección de los
candidatos en cada caso?
No estoy seguro que todos los electores anclen sus
decisiones en ese tipo de preguntas. Es posible que la verticalidad de las
promociones terminen arrastrando votos hacia tales o cuales candidatos a partir
de un sentimiento que en gran medida los medios de prensa –aunque no sólo
ellos- han impuesto: apoyar o votar en contra de un proyecto o modelo oficial a
nivel nacional. Es real que profundizar en esas posturas y análisis de más
arriba supone como mínimo un acercamiento al pensamiento crítico, tan devaluado
hoy, especialmente bombardeado desde los mensajes mediáticos. Pero también es
cierto que en líneas generales se juega una disputa entre la continuidad de un
modelo neo-desarrollista (con mucho de neo-keynessiano y algo de neoliberal)
con partes de estado benefactor protector y re-distributivo y un modelo que
apunta más a la libertad de mercados, a un estado menos presente, menos
regulador o interventor, especialmente en la economía. De allí que los
mensajes, aún de los representantes provinciales, apunten a afirmar o rechazar
la política oficial nacional y en particular a la presidenta.
En este orden de asuntos, nacionales, generales, unos van
por más de lo que ya se ha hecho y logrado, tomando como indicadores esos
logros que se consideran trascendentes o importantes, y otros apuntan a detener
o al menos reducir ese poder con otras medidas –no muy explícitas por ahora-
que representen una vuelta de página, eventualmente un regreso, en política
macro. En este escenario, los índices criticados del vapuleado INDEC, las
denuncias por corrupción, el “gasto público” en lo social, los conflictos con
la prensa y la justicia denominada “independiente”, alineamientos en relaciones
exteriores son los puntos globales que se mencionan, sin demasiadas propuestas
concretas hasta ahora, en programas políticos y promociones electorales
opositoras. Salvo una franja de la izquierda que no está en la vereda del
oficialismo, cuyas propuestas básicas son de tipo histórico y sea en contra de
o a favor de, son más concretas, el resto apunta, hasta ahora a un sí o no al
modelo oficial.
Por otra parte: ¿cuánto del escenario nacional influye en la
decisión electoral del promedio? Pongamos por ejemplo dos temas muy mencionados
en los programas de periodismo político: la inflación y la corrupción. La
primera golpea permanentemente los bolsillos de los ciudadanos y habitantes, en
especial los de menores ingresos, aunque parece estar atenuada por los aumentos
de sueldo, articulados a través de las paritarias. De todos modos, pese a
muchos (negros) augurios de economistas del “establishment”, se ha estado y
estamos lejos de las carreras hiper-inflacionarias terribles que se sufrieron
durante el final de la última dictadura, los últimos tiempos de Alfonsín y los primeros
de Menem. El otro tema, la corrupción, representa un eslabón quizás estructural
de nuestra Historia que, sin pecar de tontos por tratarse de un mal tan
antiguo, deberíamos desterrar con acciones concretas y firmes de todo el
espectro político. Sin embargo, tras clásicas acusaciones mutuas, año tras año
los partidos tradicionales asumen el poder y los candidatos se re-elijen sin
demasiados conflictos, es decir, sin que se modifique de fondo ese problema,
del cual suele haber más denuncias y sospechas que casos comprobados y menos
aún, condenados.
Por último, resta saber en qué medida temas nacionales muy
puntuales pueden modificar la decisión electoral del promedio. Por ejemplo, si
la dura disputa entre el gobierno y los medios hegemónicos representa una
bisagra, aunque ya se produjo, en 2011, una votación mayoritaria a contramano
de la prédica del grupo más poderoso. Por ejemplo, si el debate por el ascenso
y/o designación de un general cuestionado en la jefatura del ejército terminará
influyendo en el voto. Por ejemplo, si las luchas socio-ambientales, que han ido ganando
terreno en los últimos años, se reflejarán en
votos de modo focalizado o extendidas a provincias o regiones.
Lo mejor que puede ocurrir es que el voto sea fruto de
cuestiones debatidas, individualmente o en familia, y no por seguir la cara
agradable o fingidamente simpática, los abrazos
y los eslóganes huecos sin propuestas que ofrece la multiplicada y no
tan variable promoción electoral televisiva.
* Historiador
Nota relacionada: Opinión: “Las P.A.S.O., octubre y los medios”, por Jorge Oriola
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