Por Marcos Sourrouille *
Podría haber contestado punto por punto las inconsistencias de la respuesta pública de Gladis Ramírez a una nota escrita por quien suscribe. Desestimo tal alternativa, por carente de sentido, ya que dicha “respuesta” parte de la no comprensión de los términos de la discusión propuesta, y por lo tanto está hablando de otra cosa. Hablemos, entonces, de otra cosa…
Evidentemente, alguna percepción hay entre quienes conforman los sindicatos con respecto a la cada vez menor legitimidad social de dichas instituciones y sus prácticas. No precisamente porque los trabajadores estén “atrasados” con respecto a “tan iluminadas vanguardias”…
En la Europa del siglo XIX, las primeras agrupaciones de trabajadores surgían a partir de la necesidad de organizarse para combatir la explotación a la que se veían sometidos –como clase- desde los inicios de la revolución industrial. La gran mayoría de estos primeros grupos obreros se planteaban como fin último de su lucha la supresión de las relaciones de explotación capitalistas. Los primeros sindicatos eran modos de organización que la clase obrera se daba para defender sus intereses contra los patrones y el estado capitalista. Los sindicatos eran elementos de cuestionamiento del orden social capitalista; cuestionaban el hecho mismo de la explotación del trabajo ajeno, no sólo las condiciones de compra-venta de la fuerza de trabajo. No por nada la historia de las agrupaciones obreras registra su prohibición y persecución como la primera respuesta del capital y su estado.
Está por escribirse un análisis histórico de los cambios en la función social que cumplen los sindicatos. Permitámonos aquí esbozar algunas propuestas para encauzar dicho análisis.
Los sindicatos, surgidos como resultado de la lucha de clases, serían un instrumento fundamental para conseguir determinadas conquistas frente a los patrones (reducción de la jornada laboral, seguridad social, etc., etc.). La institucionalización de los sindicatos a lo largo de la historia es paralela a la pérdida de su carácter antisistémico. Para decirlo más claramente: a medida que las instituciones sindicales se estabilizan, obtienen reconocimiento como un actor social que forma parte de esta sociedad. El “precio” de tal reconocimiento es la pérdida de los objetivos –reales o potenciales- de pretender revolucionar el orden social existente. La acción sindical es “válida” dentro de la sociedad capitalista –simplificando- en la misma en que deja de cuestionar las bases sobre las que esta sociedad se construye. Los sindicatos reconocidos por los estados, generalizando, serán aquéllos que negocian con el estado en vez de cuestionar su existencia. Los sindicatos reconocidos por los estados y las patronales, también generalizando, serán aquéllos que negocien las condiciones de compra-venta de la fuerza de trabajo sin cuestionar la división de la sociedad entre compradores y vendedores de fuerza de trabajo…
Un paso más en el devenir histórico de los sindicatos está dado por su progresiva absorción por parte del estado. Un ejemplo histórico bastante claro puede hallarse en los primeros gobiernos peronistas en la Argentina (creación de sindicatos paralelos a aquellos que no se podía dominar directamente, etc., etc.), aunque no es difícil ver en esto una tendencia general de la sociedad capitalista.
Los sindicatos pasarán a ser, cada vez más, instituciones paraestatales que operan como una instancia de control sobre los trabajadores. No son canales de expresión de las demandas de sus “bases” -es decir de los trabajadores de distintas ramas- sino justamente un “filtro” que, en general, cumple la función de desactivar la movilización real o potencial de los trabajadores, y de desarticular “desde arriba” la eventual organización autónoma del movimiento obrero. En Argentina hay notables ejemplos de esta tendencia, como la UOCRA o la UTA. Los sindicatos de docentes no son una excepción a esta tendencia a la estatalización de los sindicatos en tanto que instancias de control social sobre el movimiento obrero.
El “gremio docente”, entendido -como plantea Gladis Ramírez- como el conjunto de los trabajadores docentes, tampoco es “inocente” en cuanto a su función social. Tiene razón la señora, en ese sentido hoy yo soy parte del gremio docente. En el contexto social en el cual vivimos, la mayoría de nosotros vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario como condición necesaria para su supervivencia. Algunos trabajamos en la educación formal a cambio de un salario. Eso no nos convierte automáticamente en reproductores acríticos de la ideología sancionada por el estado… ¿o sí? Si el gremio docente se autoproclama como “referente” de la comunidad, ¿no se está “borrando” si, su postura es –literalmente- “si la ceniza comienza a caer nuevamente yo quiero estar en mi casa con mi familia”, como afirma Gladis Ramírez? En general –siempre hay excepciones, me gratifica conocer varias- mi pertenencia al gremio docente me genera vergüenza. La mirada acrítica que la mayoría de los docentes tienen sobre su propia labor y la sociedad en que viven no es un factor menor en el vaciamiento del sistema educativo formal de casi cualquier instancia de aprendizaje que pudiera darse en él. La mirada acrítica que la mayoría de los docentes obliga a tener a los alumnos sobre su propia labor y su autoridad es parte de lo que enseñamos hoy: a reproducir lo ya existente, a repetir lo que nos dicen que tenemos que repetir… Por “suerte”, el aprendizaje es un proceso que depende de la voluntad de los sujetos –llegado el caso, también de los sujetos colectivos- y nadie aprende lo que no quiere aprender. Por algo la educación formal tiene una significación decreciente para sectores crecientes de la sociedad. Y también, como dice Santiago Feliú, está “la sabiduría de desaprender” como recurso extremo…
Por último, una pequeña cita de carácter aclaratorio: “Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra, las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico […], no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas ”. Tal es la salvedad que hacía Marx en el prólogo a Das Kapital… por si las moscas…
* DNI 27147125
soumarcos48@gmail.com
[1] Apunte marginal, para las tareas pendientes de las ciencias sociales: la forma partido (es decir, los partidos políticos) podrían ser analizados bajo esta misma óptica. El partido reproduce en sí mismo una lógica estatal (por lo tanto expresión de relaciones de dominación). Por lo tanto, plantear un supuesto cambio social basado en el partido y/o el estado es una falacia.
[2] Marx, Karl, El Capital. Crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México, 1973 [1867], tomo I, p. XV.
Podría haber contestado punto por punto las inconsistencias de la respuesta pública de Gladis Ramírez a una nota escrita por quien suscribe. Desestimo tal alternativa, por carente de sentido, ya que dicha “respuesta” parte de la no comprensión de los términos de la discusión propuesta, y por lo tanto está hablando de otra cosa. Hablemos, entonces, de otra cosa…
Evidentemente, alguna percepción hay entre quienes conforman los sindicatos con respecto a la cada vez menor legitimidad social de dichas instituciones y sus prácticas. No precisamente porque los trabajadores estén “atrasados” con respecto a “tan iluminadas vanguardias”…
En la Europa del siglo XIX, las primeras agrupaciones de trabajadores surgían a partir de la necesidad de organizarse para combatir la explotación a la que se veían sometidos –como clase- desde los inicios de la revolución industrial. La gran mayoría de estos primeros grupos obreros se planteaban como fin último de su lucha la supresión de las relaciones de explotación capitalistas. Los primeros sindicatos eran modos de organización que la clase obrera se daba para defender sus intereses contra los patrones y el estado capitalista. Los sindicatos eran elementos de cuestionamiento del orden social capitalista; cuestionaban el hecho mismo de la explotación del trabajo ajeno, no sólo las condiciones de compra-venta de la fuerza de trabajo. No por nada la historia de las agrupaciones obreras registra su prohibición y persecución como la primera respuesta del capital y su estado.
Está por escribirse un análisis histórico de los cambios en la función social que cumplen los sindicatos. Permitámonos aquí esbozar algunas propuestas para encauzar dicho análisis.
Los sindicatos, surgidos como resultado de la lucha de clases, serían un instrumento fundamental para conseguir determinadas conquistas frente a los patrones (reducción de la jornada laboral, seguridad social, etc., etc.). La institucionalización de los sindicatos a lo largo de la historia es paralela a la pérdida de su carácter antisistémico. Para decirlo más claramente: a medida que las instituciones sindicales se estabilizan, obtienen reconocimiento como un actor social que forma parte de esta sociedad. El “precio” de tal reconocimiento es la pérdida de los objetivos –reales o potenciales- de pretender revolucionar el orden social existente. La acción sindical es “válida” dentro de la sociedad capitalista –simplificando- en la misma en que deja de cuestionar las bases sobre las que esta sociedad se construye. Los sindicatos reconocidos por los estados, generalizando, serán aquéllos que negocian con el estado en vez de cuestionar su existencia. Los sindicatos reconocidos por los estados y las patronales, también generalizando, serán aquéllos que negocien las condiciones de compra-venta de la fuerza de trabajo sin cuestionar la división de la sociedad entre compradores y vendedores de fuerza de trabajo…
Un paso más en el devenir histórico de los sindicatos está dado por su progresiva absorción por parte del estado. Un ejemplo histórico bastante claro puede hallarse en los primeros gobiernos peronistas en la Argentina (creación de sindicatos paralelos a aquellos que no se podía dominar directamente, etc., etc.), aunque no es difícil ver en esto una tendencia general de la sociedad capitalista.
Los sindicatos pasarán a ser, cada vez más, instituciones paraestatales que operan como una instancia de control sobre los trabajadores. No son canales de expresión de las demandas de sus “bases” -es decir de los trabajadores de distintas ramas- sino justamente un “filtro” que, en general, cumple la función de desactivar la movilización real o potencial de los trabajadores, y de desarticular “desde arriba” la eventual organización autónoma del movimiento obrero. En Argentina hay notables ejemplos de esta tendencia, como la UOCRA o la UTA. Los sindicatos de docentes no son una excepción a esta tendencia a la estatalización de los sindicatos en tanto que instancias de control social sobre el movimiento obrero.
El “gremio docente”, entendido -como plantea Gladis Ramírez- como el conjunto de los trabajadores docentes, tampoco es “inocente” en cuanto a su función social. Tiene razón la señora, en ese sentido hoy yo soy parte del gremio docente. En el contexto social en el cual vivimos, la mayoría de nosotros vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario como condición necesaria para su supervivencia. Algunos trabajamos en la educación formal a cambio de un salario. Eso no nos convierte automáticamente en reproductores acríticos de la ideología sancionada por el estado… ¿o sí? Si el gremio docente se autoproclama como “referente” de la comunidad, ¿no se está “borrando” si, su postura es –literalmente- “si la ceniza comienza a caer nuevamente yo quiero estar en mi casa con mi familia”, como afirma Gladis Ramírez? En general –siempre hay excepciones, me gratifica conocer varias- mi pertenencia al gremio docente me genera vergüenza. La mirada acrítica que la mayoría de los docentes tienen sobre su propia labor y la sociedad en que viven no es un factor menor en el vaciamiento del sistema educativo formal de casi cualquier instancia de aprendizaje que pudiera darse en él. La mirada acrítica que la mayoría de los docentes obliga a tener a los alumnos sobre su propia labor y su autoridad es parte de lo que enseñamos hoy: a reproducir lo ya existente, a repetir lo que nos dicen que tenemos que repetir… Por “suerte”, el aprendizaje es un proceso que depende de la voluntad de los sujetos –llegado el caso, también de los sujetos colectivos- y nadie aprende lo que no quiere aprender. Por algo la educación formal tiene una significación decreciente para sectores crecientes de la sociedad. Y también, como dice Santiago Feliú, está “la sabiduría de desaprender” como recurso extremo…
Por último, una pequeña cita de carácter aclaratorio: “Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra, las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico […], no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas ”. Tal es la salvedad que hacía Marx en el prólogo a Das Kapital… por si las moscas…
* DNI 27147125
soumarcos48@gmail.com
[1] Apunte marginal, para las tareas pendientes de las ciencias sociales: la forma partido (es decir, los partidos políticos) podrían ser analizados bajo esta misma óptica. El partido reproduce en sí mismo una lógica estatal (por lo tanto expresión de relaciones de dominación). Por lo tanto, plantear un supuesto cambio social basado en el partido y/o el estado es una falacia.
[2] Marx, Karl, El Capital. Crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México, 1973 [1867], tomo I, p. XV.
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