Por Marcos Sourrouille *
Un 24 de marzo más. Feriado… ¿Cuántas veces escuchó cada uno de nosotros esta semana la pregunta acerca de “por qué es feriado el martes”? ¿Cuántas veces el aludido por la pregunta tuvo poca o ninguna capacidad de respuesta? No es éste -de ninguna manera- un problema de “ignorancia” en términos individuales, sino una muestra más de lo que somos como sociedad y lo que hacemos y dejamos de hacer con nuestra propia historia.
En ese sentido, el feriado del 24 de marzo es una derrota más. No es algo que “le arrancamos al poder”, sino que el estado se ha apropiado no sólo de una fecha, sino de un discurso y unas prácticas críticos hacia su carácter represivo.
La oficialización del 24 de marzo como “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia” implica un paso más en el camino de apropiación estatal del discurso sobre las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. Este camino es paralelo al que promueve una interpretación reduccionista de la cuestión de los derechos humanos, que limita la temática casi exclusivamente a ese período histórico particular.
Significa también un paso más en la desarticulación de los discursos y prácticas autónomos de distintos sectores de la población en torno a la lucha por los derechos humanos. Los resultados empíricos de este proceso histórico son más que evidentes: el propio estado se ha apropiado (y nos ha expropiado a nosotros) no sólo del reclamo de justicia (en el sentido jurídico del término), sino que también ha fagocitado directa o indirectamente los actos y discursos de protesta y reivindicación de las víctimas del terrorismo de estado.
En Esquel –pero la misma situación se repetirá seguramente en diversos puntos del territorio nacional- ¿qué “hay para hacer” el 24 de marzo? ¿qué situaciones de encuentro colectivo, público existen?
Antes de encontrar la triste respuesta a tal pregunta, profundicemos: ¿cuántos de tales actos o cuestiones similares son ajenos al estado o a distintas entidades para-estatales de control social? Ah…
Debería extrañarnos algo más, como sociedad, el hecho de que el mismo estado desaparecedor y terrorista, por el simple y “mágico” paso de los años se transforme en “popular” y pida el juicio y el castigo que negó sistemáticamente (a veces incluso a través de las mismas personas, en distintos o iguales cargos) hasta no hace mucho… Debería hacernos un poco más de ruido que los dirigentes y estructuras partidarios y sindicales que fueron cómplices del Proceso, durante y después, hoy sean los autoproclamados abanderados de la memoria, la verdad y la justicia… No por cuestiones personales o ideológicas, sino por simples cuestiones de coherencia y articulación lógica de secuencias de hechos.
Otra pregunta incómoda: ¿qué pasó en las escuelas con respecto al 24 de marzo? ¿qué se hizo? ¿qué se dijo? Dado el uso y abuso (o, hablando sin eufemismos, la destrucción) que en general se hace de la historia en tales ámbitos, no sería de extrañar que fuera ése un ámbito más de vaciamiento y expropiación del 24 de marzo como parte de nuestra historia reciente, pasando a ser una más entre tantas efemérides que se envían al arcón de un pasado sin sentido y desligado de nosotros y nuestro “aquí y ahora”. “Seño: ¿qué se festeja el martes?”. “¿Se pasa al lunes?”
Tampoco allí sería una cuestión individual de ningún docente. Un grupo de trabajadores que no asume per se su ambiguo carácter de agentes represivos del estado, menos aún encontrará propicia esta fecha para cuestionar esos y otros puntos inquietantes de su rol en la sociedad de la que forman parte. La historia que busca transmitir la escuela es perfectamente coherente con la función social de la escuela, el 24 de marzo y todos los santos días del calendario escolar, sean feriados o no…
Y tal vez la más profunda de todas las derrotas históricas que se evidencian en esta fecha es una de las más sutiles. Dado este panorama: ¿cuántos de nosotros terminamos pasando el 24 de marzo en casa, “como si nada”? Es tremendo pensar la carga simbólica de algo tan sencillo: han conseguido desarticular gran parte del peso que tenía el 24 de marzo como protesta, como plantarnos –aunque fuera una vez cada año- como nosotros frente al poder de ellos. Hoy, no somos nosotros los que conquistamos el reconocimiento de nuestra lucha, sino que somos nosotros los que nos hemos dejado expropiar incluso nuestra capacidad de articular un discurso y/o una práctica autónoma y colectiva, aún frente al terrorismo de estado.
Tampoco eso es un hecho aislado o extraño a la lógica de la sociedad en la que vivimos: es la misma en la que continúa la expropiación de las comunidades campesinas que aún quedan (y la mayoría de nosotros, “como si nada”), en la que la fuerza de trabajo se entrega en condiciones cada vez más deplorables a cambio de cada vez menos (y la mayoría de nosotros, “como si nada”), y así podríamos enumerar hasta el hartazgo.
¿Y el hartazgo, para cuándo?
Y mientras tanto: ¿dónde está Julio López? ¿nosotros, “como si nada”?
La renuncia a la memoria histórica es una cuestión que tiene consecuencias tangibles en la cotidianeidad: ¿cómo puede explicarse si no el reclamo de una presunta “seguridad” asociada a la presencia de agentes armados del estado patrullando las calles con un poder discrecional?
* DNI 27147125
Un 24 de marzo más. Feriado… ¿Cuántas veces escuchó cada uno de nosotros esta semana la pregunta acerca de “por qué es feriado el martes”? ¿Cuántas veces el aludido por la pregunta tuvo poca o ninguna capacidad de respuesta? No es éste -de ninguna manera- un problema de “ignorancia” en términos individuales, sino una muestra más de lo que somos como sociedad y lo que hacemos y dejamos de hacer con nuestra propia historia.
En ese sentido, el feriado del 24 de marzo es una derrota más. No es algo que “le arrancamos al poder”, sino que el estado se ha apropiado no sólo de una fecha, sino de un discurso y unas prácticas críticos hacia su carácter represivo.
La oficialización del 24 de marzo como “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia” implica un paso más en el camino de apropiación estatal del discurso sobre las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. Este camino es paralelo al que promueve una interpretación reduccionista de la cuestión de los derechos humanos, que limita la temática casi exclusivamente a ese período histórico particular.
Significa también un paso más en la desarticulación de los discursos y prácticas autónomos de distintos sectores de la población en torno a la lucha por los derechos humanos. Los resultados empíricos de este proceso histórico son más que evidentes: el propio estado se ha apropiado (y nos ha expropiado a nosotros) no sólo del reclamo de justicia (en el sentido jurídico del término), sino que también ha fagocitado directa o indirectamente los actos y discursos de protesta y reivindicación de las víctimas del terrorismo de estado.
En Esquel –pero la misma situación se repetirá seguramente en diversos puntos del territorio nacional- ¿qué “hay para hacer” el 24 de marzo? ¿qué situaciones de encuentro colectivo, público existen?
Antes de encontrar la triste respuesta a tal pregunta, profundicemos: ¿cuántos de tales actos o cuestiones similares son ajenos al estado o a distintas entidades para-estatales de control social? Ah…
Debería extrañarnos algo más, como sociedad, el hecho de que el mismo estado desaparecedor y terrorista, por el simple y “mágico” paso de los años se transforme en “popular” y pida el juicio y el castigo que negó sistemáticamente (a veces incluso a través de las mismas personas, en distintos o iguales cargos) hasta no hace mucho… Debería hacernos un poco más de ruido que los dirigentes y estructuras partidarios y sindicales que fueron cómplices del Proceso, durante y después, hoy sean los autoproclamados abanderados de la memoria, la verdad y la justicia… No por cuestiones personales o ideológicas, sino por simples cuestiones de coherencia y articulación lógica de secuencias de hechos.
Otra pregunta incómoda: ¿qué pasó en las escuelas con respecto al 24 de marzo? ¿qué se hizo? ¿qué se dijo? Dado el uso y abuso (o, hablando sin eufemismos, la destrucción) que en general se hace de la historia en tales ámbitos, no sería de extrañar que fuera ése un ámbito más de vaciamiento y expropiación del 24 de marzo como parte de nuestra historia reciente, pasando a ser una más entre tantas efemérides que se envían al arcón de un pasado sin sentido y desligado de nosotros y nuestro “aquí y ahora”. “Seño: ¿qué se festeja el martes?”. “¿Se pasa al lunes?”
Tampoco allí sería una cuestión individual de ningún docente. Un grupo de trabajadores que no asume per se su ambiguo carácter de agentes represivos del estado, menos aún encontrará propicia esta fecha para cuestionar esos y otros puntos inquietantes de su rol en la sociedad de la que forman parte. La historia que busca transmitir la escuela es perfectamente coherente con la función social de la escuela, el 24 de marzo y todos los santos días del calendario escolar, sean feriados o no…
Y tal vez la más profunda de todas las derrotas históricas que se evidencian en esta fecha es una de las más sutiles. Dado este panorama: ¿cuántos de nosotros terminamos pasando el 24 de marzo en casa, “como si nada”? Es tremendo pensar la carga simbólica de algo tan sencillo: han conseguido desarticular gran parte del peso que tenía el 24 de marzo como protesta, como plantarnos –aunque fuera una vez cada año- como nosotros frente al poder de ellos. Hoy, no somos nosotros los que conquistamos el reconocimiento de nuestra lucha, sino que somos nosotros los que nos hemos dejado expropiar incluso nuestra capacidad de articular un discurso y/o una práctica autónoma y colectiva, aún frente al terrorismo de estado.
Tampoco eso es un hecho aislado o extraño a la lógica de la sociedad en la que vivimos: es la misma en la que continúa la expropiación de las comunidades campesinas que aún quedan (y la mayoría de nosotros, “como si nada”), en la que la fuerza de trabajo se entrega en condiciones cada vez más deplorables a cambio de cada vez menos (y la mayoría de nosotros, “como si nada”), y así podríamos enumerar hasta el hartazgo.
¿Y el hartazgo, para cuándo?
Y mientras tanto: ¿dónde está Julio López? ¿nosotros, “como si nada”?
La renuncia a la memoria histórica es una cuestión que tiene consecuencias tangibles en la cotidianeidad: ¿cómo puede explicarse si no el reclamo de una presunta “seguridad” asociada a la presencia de agentes armados del estado patrullando las calles con un poder discrecional?
* DNI 27147125
Nota relacionada: Opinión: “Córdoba, 24 de marzo de 2009”
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