(Gracias a Karl Dorna por la ilustración)
Por Marcos Sourrouille *
Una vez más, asistimos –ni siquiera estupefactos, sino acostumbrados, hartos, al borde de la náusea- al espectáculo del control social enmascarado tras la parodia del “bien común”. Una vez más, asistimos, en la misma forma patética, a la mascarada decadente de algunos de los sectores más reaccionarios, acríticos y estáticos dentro del mundo del trabajo asalariado. Una vez más, la retaguardia disciplinante del capital se disfraza de vanguardia popular. Una vez más, si ejercitáramos la tan mentada “capacidad crítica” que exigimos alegremente al alumnado, nos hundiríamos en las fosas del mar de la vergüenza.
Pero no, no hay caso. La coyuntura de la caída de cenizas fue una oportunidad para leer desnudas las falacias que la escuela suele vendernos en paquete. Pero los docentes –como colectivo- no aprendimos nada de aquélla experiencia, y vuelven a alzarse las mismas voces a decir las mismas frases patéticas y vacías.
Parafraseando a Daniel Blanco (puertaE, 10-7-09): los docentes no somos inofensivos. Somos agentes represivos del estado y trabajadores asalariados a la vez. Como los policías, como los médicos, como los sacerdotes. Cada institución detenta atribuciones y saberes diferenciales, nadie está pretendiendo que sean “lo mismo”. Pero ciertas lógicas sí son generales…
La posición de la escuela es por demás compleja: se erige como institución que pretende cierto “monopolio” sobre saberes “socialmente válidos”, más allá de que cualquier análisis serio –y no necesariamente profundo ni muy erudito- detecta la tecnología de poder disciplinario (en términos del amigo Foucault) tras la máscara del conocimiento.
Por eso, una vez más, que algunos docentes –incluyendo a personas y colectivos que se atribuyen la representación gremial- salgan a hablar desde el sentido común “mediatizado” y paranoico no hace más que echar otro puñado de tierra sobre la legitimidad social de la institución escolar.
Si se pretende cualquier discusión sobre el conocimiento en general, la salud y la enfermedad, los medios, la historia o lo que fuera, hay que empezar por cuestionar los propios saberes naturalizados como parte del sentido común. En general, la posición del docente –sobre todo en el nivel primario y/o medio- es más bien otra: es el hablar desde la autoridad, desde la no posibilidad de ser cuestionado. Bien, señores, adelante: tal es su juego. Pero no pretendan que eso es construir conocimiento (mucho menos “conocimiento crítico”). No pretendan que eso es radicalmente diferente a las estupideces que dice Das Neves, TN, o Cadorna, porque el discurso escolar sobre la ceniza y la gripe A comparte con los actores sociales mencionados el carácter de infundamentado. Es también un discurso que no se cuestiona a sí mismo, ni a sus condiciones de producción. Es –en general- una pretensión de autoridad sobre el saber que sólo se sostiene en una relación de fuerzas favorable. Las mismas personas, despojadas de su investidura docente y/o gremial, no deberían gozar de más crédito que los dichos de la tan mentada Doña Rosa. Ellos son Doña Rosa disfrazados de vaya a saberse qué.
No sólo no es inofensivo ser docente, sino que utilizar esa posición para pretender ser la punta de lanza de una presunta vanguardia popular es ofensivo a la verdad y a la cultura política media de cualquier persona mayor de 12 años. Es falsear la realidad pretender que los docentes como colectivo “le torcieron el brazo” al gobierno provincial, tanto en el período ceniciento como en estos nuevos momentos grises. No hace falta un análisis demasiado exhaustivo para poner a prueba estos discursos falaces: basta recordar la sucesión de los hechos en ambos casos.
Posicionarse en un modo diferencial al gobierno (sea éste u otro cualquiera), separarse del sentido común, no es una cuestión de reunirse en nuestro mundillo cerrado de supuesta vanguardia a gritar cosas vacías y discursos petarderos de ocasión. Queda bien, eso sí… Pero el “cambio social” indefinido, convertido en discurso carente de sentido, es una de las más efectivas armas al servicio de preservar la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas. Si el cuestionamiento es hueco, no puede cuestionar nada. Si se legitima que “ser crítico” es protestar a los gritos para seguir haciendo lo mismo que supuestamente criticamos, sumamos otro ladrillo a la pared. A veces, las paredes así levantadas se pueden transformar en los paredones contra los que se apilan las posibilidades de pensar y discutir en términos realmente críticos. A veces, estas figuras pueden llegar a ser algo más que metáforas. A veces, los cuerpos –reales o figurados- que se transforman en objetos inanimados no son los de los otros.
* DNI 27.147.125
Por Marcos Sourrouille *
Una vez más, asistimos –ni siquiera estupefactos, sino acostumbrados, hartos, al borde de la náusea- al espectáculo del control social enmascarado tras la parodia del “bien común”. Una vez más, asistimos, en la misma forma patética, a la mascarada decadente de algunos de los sectores más reaccionarios, acríticos y estáticos dentro del mundo del trabajo asalariado. Una vez más, la retaguardia disciplinante del capital se disfraza de vanguardia popular. Una vez más, si ejercitáramos la tan mentada “capacidad crítica” que exigimos alegremente al alumnado, nos hundiríamos en las fosas del mar de la vergüenza.
Pero no, no hay caso. La coyuntura de la caída de cenizas fue una oportunidad para leer desnudas las falacias que la escuela suele vendernos en paquete. Pero los docentes –como colectivo- no aprendimos nada de aquélla experiencia, y vuelven a alzarse las mismas voces a decir las mismas frases patéticas y vacías.
Parafraseando a Daniel Blanco (puertaE, 10-7-09): los docentes no somos inofensivos. Somos agentes represivos del estado y trabajadores asalariados a la vez. Como los policías, como los médicos, como los sacerdotes. Cada institución detenta atribuciones y saberes diferenciales, nadie está pretendiendo que sean “lo mismo”. Pero ciertas lógicas sí son generales…
La posición de la escuela es por demás compleja: se erige como institución que pretende cierto “monopolio” sobre saberes “socialmente válidos”, más allá de que cualquier análisis serio –y no necesariamente profundo ni muy erudito- detecta la tecnología de poder disciplinario (en términos del amigo Foucault) tras la máscara del conocimiento.
Por eso, una vez más, que algunos docentes –incluyendo a personas y colectivos que se atribuyen la representación gremial- salgan a hablar desde el sentido común “mediatizado” y paranoico no hace más que echar otro puñado de tierra sobre la legitimidad social de la institución escolar.
Si se pretende cualquier discusión sobre el conocimiento en general, la salud y la enfermedad, los medios, la historia o lo que fuera, hay que empezar por cuestionar los propios saberes naturalizados como parte del sentido común. En general, la posición del docente –sobre todo en el nivel primario y/o medio- es más bien otra: es el hablar desde la autoridad, desde la no posibilidad de ser cuestionado. Bien, señores, adelante: tal es su juego. Pero no pretendan que eso es construir conocimiento (mucho menos “conocimiento crítico”). No pretendan que eso es radicalmente diferente a las estupideces que dice Das Neves, TN, o Cadorna, porque el discurso escolar sobre la ceniza y la gripe A comparte con los actores sociales mencionados el carácter de infundamentado. Es también un discurso que no se cuestiona a sí mismo, ni a sus condiciones de producción. Es –en general- una pretensión de autoridad sobre el saber que sólo se sostiene en una relación de fuerzas favorable. Las mismas personas, despojadas de su investidura docente y/o gremial, no deberían gozar de más crédito que los dichos de la tan mentada Doña Rosa. Ellos son Doña Rosa disfrazados de vaya a saberse qué.
No sólo no es inofensivo ser docente, sino que utilizar esa posición para pretender ser la punta de lanza de una presunta vanguardia popular es ofensivo a la verdad y a la cultura política media de cualquier persona mayor de 12 años. Es falsear la realidad pretender que los docentes como colectivo “le torcieron el brazo” al gobierno provincial, tanto en el período ceniciento como en estos nuevos momentos grises. No hace falta un análisis demasiado exhaustivo para poner a prueba estos discursos falaces: basta recordar la sucesión de los hechos en ambos casos.
Posicionarse en un modo diferencial al gobierno (sea éste u otro cualquiera), separarse del sentido común, no es una cuestión de reunirse en nuestro mundillo cerrado de supuesta vanguardia a gritar cosas vacías y discursos petarderos de ocasión. Queda bien, eso sí… Pero el “cambio social” indefinido, convertido en discurso carente de sentido, es una de las más efectivas armas al servicio de preservar la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas. Si el cuestionamiento es hueco, no puede cuestionar nada. Si se legitima que “ser crítico” es protestar a los gritos para seguir haciendo lo mismo que supuestamente criticamos, sumamos otro ladrillo a la pared. A veces, las paredes así levantadas se pueden transformar en los paredones contra los que se apilan las posibilidades de pensar y discutir en términos realmente críticos. A veces, estas figuras pueden llegar a ser algo más que metáforas. A veces, los cuerpos –reales o figurados- que se transforman en objetos inanimados no son los de los otros.
* DNI 27.147.125
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La verdad verdadera es que entiendo poco y nada lo que se dice en este artículo; lo cierto es que después de leerlo y releerlo no pude evitar preguntarme, evocando a Vladimir Ilich: "entonces...¿qué hacer?" Y se me ocurrieron varias alternativas:
1. Inscribirme en un curso de hermenéutica.
2. Proletarizarme, o bien
3. Tomar conciencia de haberme pasado la vida aportando al control social del sistema capitalista y pegarme un tiro.
Pareciéndome esta última la opción más justa me encontré con un nuevo problema: ¿donde conseguir un chumbo que no estuviera manchado por la sucia plusvalía?
En consecuencia finalmente me decidí por sentarme plácidamente frente a la TV y mirar Gran Cuñado.
¡Y bue! es un mundo difícil
Pero qué lindo!!! Un agente represivo del estado desprecia a sus colegas, colegas que por otro lado plantean algún tipo de discusión concreta sobre temas concretos. Qué lindo!!! El Sr. Sourruille cuestiona la legitimidad del sistema que lo alimenta... Una belleza!!! diría el bambino. Un instrumento del control social como el profesor Sourruille cuestiona a otros por "estáticos", escribiendo desde el fondo de la cueva, aportando tanto como el mismísimo Karl Dorna... pero qué lindo!!!
Eso sí, con su biblia marxista nos ha iluminado el camino: parece que el mundo y las relaciones humanas se pueden reducir solamente a categorías marxistas como "retaguardia capitalista", "relaciones de producción", "control social", etc., etc., etc.; por supuesto, sin dejar de mencionar al amigo Foucault.
Ve Doña Rosa? Aprenda!!! así se habla, así se clasifica, así se reduce el mundo. Qué empobrecedor!!! Pero qué lindo!!! Gracias Profesor Sourruille por refrescarnos la teoría Marxista, ahora podemos descansar tranquilos, y colgar cruces contra los docentes endemoniados... Gracias totales, como díría el Neomarxista, leninista, arrepentido, G. Ceratti!!
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