Por Nívea Benitez
Quizás, uno de los huecos más grandes por donde se no va la energía es la preocupación constante. La necesidad de controlar lo que sucede, en lugar de aceptar los acontecimientos que ya están y ver qué hacemos en consecuencia o si no hacemos nada, simplemente.
También perdemos un gran caudal, luchando “contra” las cosas o las personas: contra los molinos de viento.
Los bicharracos más poderosos, siempre están adentro nuestro y cuando un conjunto o grupo de personas coincide en un enemigo interno, aparece afuera algo que lo representa: el gobierno, una ideología, delincuentes, etc.
Nuestros monstruos más profundos, viven adentro y tienen sus correspondientes cucos en la vida cotidiana que nos amedrentan.
Otra cuestión por la que habitualmente perdemos el entusiasmo, es la necesidad aprendida de contestar todo, de opinar permanentemente, por aquello de que “el que calla otorga”. Seguro que se puede contestar u opinar, sin “tener que” imponerse a palos o amenazando. Nada más decir lo que pensamos con la fuerza de la convicción porque no es lo mismo cambiar opiniones con respeto que discutir.
Es bueno apasionarse por alcanzar lo que queremos y defender nuestras posturas con valentía, sostenerlas y resistir, siempre y cuando la seguridad esté basada en nuestro sentir más profundo y no solamente en argumentos racionales.
Veamos ahora cuánto tiempo de nuestro ocupamos en los dramas que nos consumen y cuánto tiempo dedicamos a llenarnos de energía positiva, haciendo lo que nos gusta.
¿Cuántos de nosotros quisiéramos que nos reconozcan los méritos? ¿Cuáles méritos?
Que nos hagan un monumento o hablen de lo mucho que trabajamos y nos sacrificamos.
¡Cuidado! ¿Cuánto estoy reclamando? ¿Quiero que me paguen? ¿Por qué?
Todo lo que hago, lo hago por mí. Aunque me ocupe de los demás, yo lo elijo.
¿Lo hago de corazón sin esperar recompensa? ¿O me encantaría que me alaben?
Como sea, está bien si somos capaces de aceptar que así es, auténticamente.
¡Cuánto nos desgasta parecer lo que no somos!
Entonces manos a la obra, hagamos una lista de todo lo que nos gusta, de lo que deseamos y comencemos ya. Cada día sumamos un granito al sueño, en lugar de posponerlo. Cada día nos hacemos un lugar y un tiempo para pensar y atraer eso que tanto necesitamos. Aumentamos lo bueno y las recompensas llegan solas.
Nívea Benitez
Nota relacionada: “De carne somos…”, por Nívea Benítez
Quizás, uno de los huecos más grandes por donde se no va la energía es la preocupación constante. La necesidad de controlar lo que sucede, en lugar de aceptar los acontecimientos que ya están y ver qué hacemos en consecuencia o si no hacemos nada, simplemente.
También perdemos un gran caudal, luchando “contra” las cosas o las personas: contra los molinos de viento.
Los bicharracos más poderosos, siempre están adentro nuestro y cuando un conjunto o grupo de personas coincide en un enemigo interno, aparece afuera algo que lo representa: el gobierno, una ideología, delincuentes, etc.
Nuestros monstruos más profundos, viven adentro y tienen sus correspondientes cucos en la vida cotidiana que nos amedrentan.
Otra cuestión por la que habitualmente perdemos el entusiasmo, es la necesidad aprendida de contestar todo, de opinar permanentemente, por aquello de que “el que calla otorga”. Seguro que se puede contestar u opinar, sin “tener que” imponerse a palos o amenazando. Nada más decir lo que pensamos con la fuerza de la convicción porque no es lo mismo cambiar opiniones con respeto que discutir.
Es bueno apasionarse por alcanzar lo que queremos y defender nuestras posturas con valentía, sostenerlas y resistir, siempre y cuando la seguridad esté basada en nuestro sentir más profundo y no solamente en argumentos racionales.
Veamos ahora cuánto tiempo de nuestro ocupamos en los dramas que nos consumen y cuánto tiempo dedicamos a llenarnos de energía positiva, haciendo lo que nos gusta.
¿Cuántos de nosotros quisiéramos que nos reconozcan los méritos? ¿Cuáles méritos?
Que nos hagan un monumento o hablen de lo mucho que trabajamos y nos sacrificamos.
¡Cuidado! ¿Cuánto estoy reclamando? ¿Quiero que me paguen? ¿Por qué?
Todo lo que hago, lo hago por mí. Aunque me ocupe de los demás, yo lo elijo.
¿Lo hago de corazón sin esperar recompensa? ¿O me encantaría que me alaben?
Como sea, está bien si somos capaces de aceptar que así es, auténticamente.
¡Cuánto nos desgasta parecer lo que no somos!
Entonces manos a la obra, hagamos una lista de todo lo que nos gusta, de lo que deseamos y comencemos ya. Cada día sumamos un granito al sueño, en lugar de posponerlo. Cada día nos hacemos un lugar y un tiempo para pensar y atraer eso que tanto necesitamos. Aumentamos lo bueno y las recompensas llegan solas.
Nívea Benitez
Nota relacionada: “De carne somos…”, por Nívea Benítez
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