Por Juan Gasparini *
La reedición en estos días del libro David Graiver El Banquero de los Montoneros, investigación periodística publicada hace 20 años, confirma su veracidad en el destape del caso Papel Prensa, conflagración política que está conmoviendo los cimientos de las instituciones democráticas en la Argentina.
Es un reportaje que pretende escapar al periodismo moralizador que aplasta la información en aras del comentario, ese que relega la importancia de los hechos, jerarquizando en demasía la presunta intencionalidad de sus protagonistas. El relato arranca contando la jornada final en la vida de David Graiver, el 6 de agosto de 1976 en Nueva York, joven banquero argentino de 35 años que sería abatido a las pocas horas por la CIA, en el fraguado accidente de un avión privado, cuando se aprontaba para aterrizar en México. La caída sancionó el fracaso de una aventura impulsada durante 9 años por este hijo de la emprendedora inmigración judía que poblara nuestro país, huyendo de la persecución, el hambre y los conflictos europeos.
Recursos financieros de los Montoneros invertidos por su intermedio vía dos bancos neoyorkinos, serían lastrados por la cuarta quiebra bancaria en la historia de los Estados Unidos hasta entonces. Se trató de los últimos 14 millones de dólares cobrados en Ginebra al promediar junio de 1975, del rescate por el secuestro en Buenos Aires de los hermanos Juan y Jorge Born que realizara la guerrilla peronista. Fueron absorbidos por Graiver a través de la banca suiza con ayuda del MOSSAD, el servicio de inteligencia israelí. Sumados a otros casi 3 millones de dólares, provenientes del secuestro de Henrich Metz, directivo de Mercedes Benz, asimismo embolsados por los Montoneros, Graiver fortaleció el circuito de sus cuatro bancos en el extranjero, que conectaban con dos más en Argentina (Comercial de La Plata y Hurlingham), junto a decenas de compañías desparramadas por el mundo.
Graiver había organizado ese imperio en base a su conducción unipersonal. El desplome del cuartel general en Nueva York arrastró a su banco de Bruselas, ocasionando la primera estafa bancaria de la posguerra en Bélgica. Los bancos argentinos y el de Israel se vendieron para cubrir deudas. El encadenamiento del derrumbe puso en evidencia el vaciamiento efectuado por Graiver en el mercado financiero internacional para nutrir de capitales a sus empresas en Argentina, especialmente Papel Prensa, que fue capturada por la dictadura militar, para entregarla ventajosamente a los diarios Clarín, La Nación y La Razón, que en retribución cubrieron de silencio la represión reinante.
Con ese telón de fondo se verificó una feroz lucha por el poder en torno al sitial dejado vacío por David Graiver, entre los ejecutivos susceptibles de reemplazarlo y los herederos: sus padres, el hermano Isidoro y la viuda, Lidia Papaleo. Se observaron dos enfrentamientos simultáneos. Al que opuso a dos lugartenientes de David, los argentinos Jorge Rubinstein y Alberto Naón, que tenían enfoques opuestos para gestionar la crisis, se le acopló la puja que desgarró a la familia. Lidia Papaleo, que decidió contra las costumbres judías cremar los restos de David para neutralizar cuestionamientos en el juicio sucesorio, terminó por hacerse con las riendas del grupo, alejando al hermano y al padre de su difunto esposo, y apartando a Rubinstein y Naón.
La familia Graiver retornó de México a la Argentina en septiembre de 1976. Tenían la voluntad de impedir que el régimen militar arrasara con los bienes, bajo pretexto que estaban contaminados con dinero de la "subversión", el móvil del asesinato de David. La viuda rechazó el ofrecimiento solidario de los Montoneros que le propusieron asistirla para que se refugiara en el extranjero, donde ella quisiera. Intentó negociar con el presidente de facto, el general Jorge Rafael Videla, pero la suerte le fue adversa. Los Graiver y sus colaboradores fueron detenidos, torturados, y condenados por la justicia castrense.
Liberados y sobreseídos por la recuperada democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín los indemnizó con 84 millones de dólares. El padre y el hermano de David, se domiciliaron en Madrid. Utilizaron una fracción de la fortuna en España, y depositaron el resto en cuentas helvéticas de Ginebra. Juan Graiver murió en 1989. Isidoro, seguiría espasmódicamente asentado en el exterior.
Lidia Papaleo permaneció en Buenos Aires. Volvió a formar pareja. El libro explora la hipótesis de que ella concluyó un pacto con un emisario de los Montoneros. Conviene recordar que Juan e Isidoro Graiver habían viajado a Ginebra para esconder un botín al abrigo de los controles fiscales de la Unión Europea, plaza del secreto bancario en la cual algunos guerrilleros tenían una retaguardia financiera. Quien suscribe, que reside en esa ciudad desde 1980 y ejerce el periodismo independiente, pudo detectar y reveló en el libro, un sospechoso trasiego de gran cantidad de dólares. El dato perdura sin desmentidos. Induce a pensar que una compensación por aquella inversión de 17 millones de dólares de la guerrilla peronista fue quizás transferida a los sobrevivientes de la cúpula guerrillera, ciertos adictos que le eran fieles a su otrora comandante, Mario Firmenich, beneficiario de un indulto del presidente Carlos Menem en 1990, establecido luego en las inmediaciones de Barcelona. Fue hace 20 años, acaso uno de los misterios que siguen palpitando detrás del crimen de Graiver.
* Periodista. Desde Ginebra, Suiza
Nota relacionada: Juan Gasparini: “A Lidia Papaleo le es imposible desmentir mi libro sobre David Graiver”
La reedición en estos días del libro David Graiver El Banquero de los Montoneros, investigación periodística publicada hace 20 años, confirma su veracidad en el destape del caso Papel Prensa, conflagración política que está conmoviendo los cimientos de las instituciones democráticas en la Argentina.
Es un reportaje que pretende escapar al periodismo moralizador que aplasta la información en aras del comentario, ese que relega la importancia de los hechos, jerarquizando en demasía la presunta intencionalidad de sus protagonistas. El relato arranca contando la jornada final en la vida de David Graiver, el 6 de agosto de 1976 en Nueva York, joven banquero argentino de 35 años que sería abatido a las pocas horas por la CIA, en el fraguado accidente de un avión privado, cuando se aprontaba para aterrizar en México. La caída sancionó el fracaso de una aventura impulsada durante 9 años por este hijo de la emprendedora inmigración judía que poblara nuestro país, huyendo de la persecución, el hambre y los conflictos europeos.
Recursos financieros de los Montoneros invertidos por su intermedio vía dos bancos neoyorkinos, serían lastrados por la cuarta quiebra bancaria en la historia de los Estados Unidos hasta entonces. Se trató de los últimos 14 millones de dólares cobrados en Ginebra al promediar junio de 1975, del rescate por el secuestro en Buenos Aires de los hermanos Juan y Jorge Born que realizara la guerrilla peronista. Fueron absorbidos por Graiver a través de la banca suiza con ayuda del MOSSAD, el servicio de inteligencia israelí. Sumados a otros casi 3 millones de dólares, provenientes del secuestro de Henrich Metz, directivo de Mercedes Benz, asimismo embolsados por los Montoneros, Graiver fortaleció el circuito de sus cuatro bancos en el extranjero, que conectaban con dos más en Argentina (Comercial de La Plata y Hurlingham), junto a decenas de compañías desparramadas por el mundo.
Graiver había organizado ese imperio en base a su conducción unipersonal. El desplome del cuartel general en Nueva York arrastró a su banco de Bruselas, ocasionando la primera estafa bancaria de la posguerra en Bélgica. Los bancos argentinos y el de Israel se vendieron para cubrir deudas. El encadenamiento del derrumbe puso en evidencia el vaciamiento efectuado por Graiver en el mercado financiero internacional para nutrir de capitales a sus empresas en Argentina, especialmente Papel Prensa, que fue capturada por la dictadura militar, para entregarla ventajosamente a los diarios Clarín, La Nación y La Razón, que en retribución cubrieron de silencio la represión reinante.
Con ese telón de fondo se verificó una feroz lucha por el poder en torno al sitial dejado vacío por David Graiver, entre los ejecutivos susceptibles de reemplazarlo y los herederos: sus padres, el hermano Isidoro y la viuda, Lidia Papaleo. Se observaron dos enfrentamientos simultáneos. Al que opuso a dos lugartenientes de David, los argentinos Jorge Rubinstein y Alberto Naón, que tenían enfoques opuestos para gestionar la crisis, se le acopló la puja que desgarró a la familia. Lidia Papaleo, que decidió contra las costumbres judías cremar los restos de David para neutralizar cuestionamientos en el juicio sucesorio, terminó por hacerse con las riendas del grupo, alejando al hermano y al padre de su difunto esposo, y apartando a Rubinstein y Naón.
La familia Graiver retornó de México a la Argentina en septiembre de 1976. Tenían la voluntad de impedir que el régimen militar arrasara con los bienes, bajo pretexto que estaban contaminados con dinero de la "subversión", el móvil del asesinato de David. La viuda rechazó el ofrecimiento solidario de los Montoneros que le propusieron asistirla para que se refugiara en el extranjero, donde ella quisiera. Intentó negociar con el presidente de facto, el general Jorge Rafael Videla, pero la suerte le fue adversa. Los Graiver y sus colaboradores fueron detenidos, torturados, y condenados por la justicia castrense.
Liberados y sobreseídos por la recuperada democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín los indemnizó con 84 millones de dólares. El padre y el hermano de David, se domiciliaron en Madrid. Utilizaron una fracción de la fortuna en España, y depositaron el resto en cuentas helvéticas de Ginebra. Juan Graiver murió en 1989. Isidoro, seguiría espasmódicamente asentado en el exterior.
Lidia Papaleo permaneció en Buenos Aires. Volvió a formar pareja. El libro explora la hipótesis de que ella concluyó un pacto con un emisario de los Montoneros. Conviene recordar que Juan e Isidoro Graiver habían viajado a Ginebra para esconder un botín al abrigo de los controles fiscales de la Unión Europea, plaza del secreto bancario en la cual algunos guerrilleros tenían una retaguardia financiera. Quien suscribe, que reside en esa ciudad desde 1980 y ejerce el periodismo independiente, pudo detectar y reveló en el libro, un sospechoso trasiego de gran cantidad de dólares. El dato perdura sin desmentidos. Induce a pensar que una compensación por aquella inversión de 17 millones de dólares de la guerrilla peronista fue quizás transferida a los sobrevivientes de la cúpula guerrillera, ciertos adictos que le eran fieles a su otrora comandante, Mario Firmenich, beneficiario de un indulto del presidente Carlos Menem en 1990, establecido luego en las inmediaciones de Barcelona. Fue hace 20 años, acaso uno de los misterios que siguen palpitando detrás del crimen de Graiver.
* Periodista. Desde Ginebra, Suiza
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