Por Julio Saquero Lois *
El Justicia vuelve caminando desde lejos con los ojos vendados. Avanza a los tropezones. No ve. No se detiene ante los neneos. Cae y se levanta como puede en los cañadones, donde aparece culebreando un arroyo seco, que nunca lleva agua. Solo arena. Eso lleva el Justicia en sus faldones negros. Arrugas y arena que le estropean el traje, la camisa y la corbata. La suciedad se va llevando el empaque y la compostura. Los ademanes y las citas en latín. Pero igual avanza, no importan los arañazos de los espinos, los tábanos. El sudor de la tarde calurienta. Nada lo detiene en su terca marcha.
El Justicia vuelve caminando desde lejos con los ojos vendados. Avanza a los tropezones. No ve. No se detiene ante los neneos. Cae y se levanta como puede en los cañadones, donde aparece culebreando un arroyo seco, que nunca lleva agua. Solo arena. Eso lleva el Justicia en sus faldones negros. Arrugas y arena que le estropean el traje, la camisa y la corbata. La suciedad se va llevando el empaque y la compostura. Los ademanes y las citas en latín. Pero igual avanza, no importan los arañazos de los espinos, los tábanos. El sudor de la tarde calurienta. Nada lo detiene en su terca marcha.
El Justicia, de pura ceguera, tampoco puede mirar las estrellas que iluminan la inmensidad de la estepa. El cielo que es puro fuego y fantasía no es parte de su mundo. Tampoco sus ojos ven el sol, la nieve y las flores amarillas del borde de la ruta. Es una pena que avance ciego, sin detenerse en los atardeceres, ni en los arcoíris. No ve los niños de caritas cuarteadas por los fríos que juegan indiferentes a sus fallos. No ve las manos callosas, ni la sonrisa franca de doña Rosa en su acogida en Leleque. Ni a Inés que se afana amasando su pan de cada día en El Pedregoso.
El viento que es rumor, rugido y castigo le abre paso, no sea cosa que…
El Justicia es adusto, severo, inflexible y cuando debe empuñar la espada en nombre de Dios, la familia y la propiedad, no duda. Si debe cortar, corta. Si debe ajusticiar, ajusticia. Y las cabezas que va cercenando llegarán en formol o envueltas en un lienzo a las vitrinas de algún museo, como aquellas que se llevó el Perito al Museo de La Plata, como testimonio de la firmeza y virtud de los hombres de honor de una patria malparida.
En su jurisdicción, los campesinos no harán fuego para entibiarse en invierno. No cortarán una rama. No beberán agua del arroyo en verano. Así dicta sus sentencias.
Para impedir que el fuego encienda un hogar, que el agua riegue un surco, que la tierra de vida, está el Código Penal, el policía, el desalojo, el penal y yo, el Justicia.
Ahora que restituyeron mi dignidad. Que levantaron la infamia de mi destitución. Que me pagaron el precio justo por haber sido apartado de los tribunales indebidamente. Que reconocieron las burdas mentiras con que enlodaron mi nombre y mi honor.
Ahora los perdono.
Dijeron que ignoraba la ley y que sólo obedecía al más fuerte. Cabrones! Eso dijeron. Si apenas destruí algunas viviendas miserables, desalojé y encarcelé a unos pocos intrusos, rebeldes, usurpadores, inadaptados, en cumplimiento del mandato solemne que me confió la patria.
Por eso los perdono.
Porque yo, el Justicia, sostengo en mi brazo diestro una espada y en mi siniestra mantengo en perpetuo equilibrio una balanza. La equidad. A todos por igual. El respeto de los derechos, en especial el derecho de los derechos, el derecho de propiedad, al cual yo, J. O. Colabelli, juré servir con lealtad y convicción hasta la muerte.
* El Pedregoso, 28 de diciembre de 2010.
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