Por Romina Ferraris *
Por estos días circula un cartel en Facebook que despertó mi
ira pero también la necesidad de expresarme. No voy a copiar la imagen porque
me desagrada demasiado y no pienso colaborar en su difusión, pero la describo:
se ve el dibujo de un hombre vestido con traje, pelo bien peinado con jopo
(aunque la imagen es en blanco y negro se nota que, por el juego de contrastes,
es rubio), que extiende su mano izquierda a lo Micky Vainilla (el personaje de
Capusotto) con el siguiente intercambio de palabras: “Eh, amigo” / “No soy tu
amigo, negro de mierda”.
Todos los días nos topamos en el Face con el rechazo hacia
“el otro” pero esta vez, definitivamente, colmó mi paciencia. Obviamente, lo
denuncié como spam a la empresa -función que te permite aclarar por qué lo
considerás de ese modo (en mi caso aclaré que era porque incitaba al odio)- y
le envié un mensaje al emisor invitándolo a bajar la imagen de la red.
Seguramente no servirá de mucho y, encima, la persona que
subió el cartel se enojará conmigo. Poco me importa. Lo que sí me preocupa es
que se utilicen las redes sociales para odiar, para discriminar, para
despreciar, para defender el statu quo, para desparramar el egoísmo de una
sociedad que, evidentemente, no ha aprendido nada.
Por libre asociación, mi menté unió este hecho al de las
recientes inundaciones en Capital y la ciudad de La Plata. Recordé cómo
se machacó durante dos semanas con el discursito de “país solidario” y me
embronqué más. Sin entrar a dirimir las responsabilidades de los gobiernos en
todos sus estamentos, que las tienen, y en demasía (porque, además, necesitaría
tres notas más, como mínimo) sentí que no podía dejar pasar el suceso de largo.
Y me encontré frente al siguiente dilema: ¿Somos realmente
un país solidario o salimos en masa ante la emergencia para quedar bien una vez
al año con nuestras conciencias?
Resolví pronto el dilema. A juzgar por los hechos, la
historia y los archivos, estamos muy lejos de convertirnos en una sociedad
solidaria. Lo que nos gusta predicar es la caridad, que no es lo mismo, y no
contiene ninguno de los atributos de la verdadera solidaridad.
El gran escritor Eduardo Galeano establece una diferencia
tajante entre las dos. Explica que la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente
y desde arriba (una mano da, desde arriba, y la otra recoge, desde abajo),
humilla a quien la recibe y jamás altera las relaciones de poder. Por el
contrario, la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo.
En otras palabras -y esto va por mi cuenta-, si queremos
arrogarnos el mote de “país solidario” deberíamos ejercitar la solidaridad con
el prójimo (en el sentido laico del término) todos los días, con pequeños
actos, sin distinguir clases sociales, color de la piel, gustos, elecciones sexuales,
etc.
Y en Argentina no ocurre eso. No hay compromiso solidario
masivo, no velamos por “el otro”. Solemos acordarnos que existe la necesidad,
la miseria, la carencia, sólo en casos puntuales: una tragedia climática, una
campaña mediática de Cáritas o de la Red Solidaria, un incendio de grandes
proporciones o un atentado. ¿Y el resto del año? ¿Y el día a día? ¿Nadie sufre?
¿Nadie necesita de nosotros? ¿No hay causas colectivas que defender?
Si a mí me sobra un colchón y lo donó ante una inundación, nadie
lo niega, estoy realizando una buena acción. Pero eso no me genera ningún
desprendimiento, ningún sacrificio. Sigo mi vida, me siento mejor conmigo mismo
y descanso tranquilo. Fui “caritativo” pero no puse el cuerpo, no me
comprometí. ¡Porque no me van a decir que llevar una bolsa de ropa a la Iglesia es verdadero
compromiso! ¡No jodan!
La verdadera solidaridad busca un cambio, persigue la
equidad, el bienestar común, por eso compromete a las dos partes, por eso
implica respeto. En las villas hay carencias las 24 horas del día y es muy poca
la gente que se adentra para tratar de revertir esa realidad. El resto mira
desde afuera, con asco, como el hombre del cartel. Son “los otros”, los
excluidos, que no merecen nada porque “viven de planes sociales”, los que no
tienen los mismos derechos porque “nosotros pagamos los impuestos y ellos no”.
Y en esa acción de exclusión, de rechazo, que es tanto
social como política, aparece la condena, la vida-destino de la que habla
magistralmente el filósofo José Pablo Feinmann en un texto sobre la película “Los
olvidados”, de Luis Buñuel (1950). Una producción que ya tiene diez años pero
que no pierde vigencia. Se lo llevé a mis estudiantes la semana pasada luego de
ver el film con ellos y quedaron impactados. Lo traigo a colación porque,
también por asociación libre, sentí que me servía para esta ocasión.
En ese hermoso y crudo texto, Feinmann analiza la historia
de Pedro, el protagonista de la película, un niño que nació en la pobreza y
muere literalmente entre la basura (allí es tirado una vez muerto). Plantea que
la vida de este joven es una vida-destino. “Pedro nació para morir así: entre
la basura (en la que vivió y de la que nunca pudo salir) y entregado al olvido
que rubrica la insignificancia de su vida”.
José Pablo pone en duda entonces uno de los valores de la
cultura de Occidente (contraria a la de Oriente, la del destino marcado): el de
la libertad, y explica: “El hombre nace para la libertad (…). Esto posibilita
su responsabilidad moral. Hay que ser libre para ser responsable por elegir
(digamos) el Bien o el Mal. Y aquí introduce a Sartre y expone que “si los
hombres pierden su libertad es porque la enajenación surge de la praxis libre
del agente práctico que se le vuelve en contra. En suma, la libertad es el fundamento
de la alienación. Si hay ‘alineación’ es porque antes (y como fundamento) hubo
libertad. ¿Cómo podría existir la enajenación si no hubiera algo que se
enajene? Lo cual lleva a la fórmula fundante de la filosofía sartreana: ‘La
libertad es el fundamento del ser’”.
Frente a esta explicación, Feinmann se pregunta si Sartre
habrá visto la película de Buñuel y advierte que cuesta creer que Pedro enajene
algo sencillamente porque nace enajenado, vive enajenado y muere como basura,
es decir, nunca tuvo libertad para elegir entre el Bien y el Mal. “Pedro tiene
una existencia-destino. Pedro, para decirlo a lo oriental, está escrito. Nació
marcado. Nació con el destino escrito (…). Una vida-destino es una vida
condena. Pedro nace en medio de una ‘materialidad’ insuperable. Nace en medio
de lo que no hay y en ese medio nunca llegar a ‘ser’. O sí: llega a ser lo que
siempre fue. Una nihilización social. Una marginado. Un excluido”, describe
magistralmente.
En otras palabras, lo que plantea el filósofo es que “el que
nació en la basura no sale de ella”, a menos que comience a surgir una sociedad
sensible que “decida integrarlos y no matarlos. Educarlos y no llenarlos de
plomo (…)”.
El problema es que esa sociedad no existe. Y menos en
Argentina. Esta sociedad prefiere la caridad porque no hace peligrar el statu
quo y permite calmar conciencias. Está todo bien mientras podamos entregar el
colchón y huir, volver a nuestras vidas cómodas. Está todo bien mientras “los
otros” no reclamen los mismos derechos. Porque hay gente que nace con futuro
–los niños burgueses con derecho a la educación, a la salud y a la comida- y
hay personas de segunda clase -los Pedros-, los que nacen en la basura y no
deben salir de ella.
Por eso, la imagen que recorre Facebook por estos días, como
tantas otras, demuestran que estamos muy lejos de ser un país solidario. Porque
mientras haya “negros de mierda” que hay que distanciar, separar de “nosotros”
(la posición de la mano del hombre no es inocente), mientras haya seres humanos
de primera y de segunda, mientras juguemos a calmar conciencias en situación
límites pero olvidemos al prójimo en el día a día, las vidas de muchos seguirán
siendo vidas-condenas, vidas-basuras. Y ciertos destinos seguirán siendo
escritos de antemano.
* DNI:
25.131.056 - Lic. en Comunicación / Docente
7 Comentá esta nota:
eduardo feinmann, posta? o el primo rebelde josé pablo?
Jaaa. Me equivoqué. Se ve que estaba pensando en el Feinmann malo y me traicionó el inconsciente. Era José Pablo.
Jaaa. Me equivoqué. Se ve que estaba pensando en el Feinmann malo y me traicionó el inconsciente. Era José Pablo.
Adhiero a casi un 70 % del texto. Cómo no adherir cuando la mayoría de las frases redundan en valores morales que van más allá de la simple caridad verticalista? Como encontrarle un pero a tamaña declaración de lucha por profundizar la equidad social? Educativa, económica, de salud, de oportunidades. Simplemente de trato digno. No vi la imagen, pero creo en su interpretación y también la rechazo. Sobre todos los “fisic du rol” que describís, que le aclaro Licenciada, no sólo promueven el odio (quizás, en su visión unidireccional utilizaría el término discriminación) sino también el resentimiento y la estigmatización en ambos sentidos. Creo que eso se le escapó en su análisis. Aunque, sabemos, no es lo importante.
También abrazo la solidaridad verborragica, esa que lleva a tantos intelectuales a analizar, criticar, y describir con deberían ser los acciones humanas, las de los otros, más allá del “nosotros” que se utiliza. La alabo, porque la palabra, las imágenes y los discursos preparados en lugares calentitos, con recursos que seguramente no cuentan muchos de sus defendidos, también sirve para crear conciencia y hacerles ver al mundo cuan equivocado están. Son creadores de teorías irreprochables. No es poco involucrar tiempo y sapiencia. Sólo espero que no terminé ahí y continúe en actos más comprometidos que la de donar un colchón o letras para calmar las conciencias y la lengua.
El otro 30 % incluye frases como “viven de planes sociales” no comparto la vehemencia de creer que los planes sociales no afectan a todos y ayudan a alguien. No comparto tampoco la teoría de los malos ricos y los pobres buenos, no comparto la estratificación moral de clases, que es una forma de crear violencia. Y demás menesteres, pero seguramente a Ud., como dice, poco le importe.
Quizá no interpretaste bien mis palabras o yo no me expresé claramente. Jamás quise abonar la teoría de la estratificación moral de clases o la de los malos ricos y los pobres buenos. No creo en eso.
Y aunque, sí, escribo en mi casa calentita y recibí educación para elegir entre el bien y el mal, no soy de las que entregan colchones para calmar la consciencia. Por suerte, mis viejos me enseñaron el sentido de la solidaridad verdadera. Y trabajo todos los días para ejercerla. Obviamente, siempre se puede hacer más. No me erijo en dueña de la verdad,simplemente analicé fenómenos que nos cruzan como sociedad. Podés estar de acuerdo o no y lo respeto. Gracias por tu comentario.
Gracias, por la pronta respuesta, la aclaración, la auto-crítica y por comentar que ejerce la solidaridad VERDADERA.
Bueno, la próxima vez todos nos ponemos a criticar en blogs, y las personas se abrigan, limpian, duermen, toman agua potable, comen, reciben el aliciente de que miles de personas se mueven por ellos a través de su crítica al cuento de la solidaridad argentina. Seguro hay muchas cosas por mejorar, pero si eso le enseñaron sus padres, que tristeza.
Publicar un comentario