Por Brígida Baeza *
Fuente: Patagonia desde el Borde
La escalada de violencia que atraviesa Comodoro Rivadavia
nos remite directamente a los problemas que genera el dilema de la convivencia
cotidiana en una sociedad donde una parte de la misma se vincula con la
opulencia que se desprende de la explotación petrolera y otra parte sólo
interactúa con los odios, rencores y desastres que genera la “facilidad” para
encontrarse con el consumo de drogas, delito y deterioro del valor de la vida.
Este escenario recuerda la definición de Eduardo Grüner
acerca de los fundamentalismos: “…es
violencia fundadora que no encuentra nada que fundar”. Un tipo de violencia que
identifica “enemigos”: la empresa de transportes, el local de la cadena
supermercados regional, la policía… distintos elementos materiales y simbólicos
que remiten a diferentes centros de poder. Paralelamente la violencia se dirige
a quien encarna corporalmente al
“enemigo”: el extranjero. En su figura se encarna quien aparece como culpable
de la disolución de lazos en la comunidad, de la integridad cultural de la
ciudad.
Resulta paradigmático que una sociedad que “rinde culto al
extranjero”, donde una gran parte los comodorenses se enorgullecen de poseer
una celebración del día del inmigrante reconocida a nivel nacional, pero que
remite a la imagen de que “venimos de los barcos”. En cambio la migración de
las últimas décadas que se instaló en la ciudad nos remite al pasado indígena
latinoamericano, al mestizaje entre lo originario y lo europeo, esa falta de
“pureza” que históricamente fue vista como un problema para las elites
nacionalistas.
Hasta la década del ´80 fue “lo chileno” representante de la
migración “problema” que ocupaba terrenos, que traía “males” a la ciudad, entre
otros tantos dichos similares a los que actualmente se reproducen sobre
bolivianos, paraguayos, dominicanos, peruanos, entre otros grupos alejados del
modelo migratorio “civilizado y blanco” que nuestros gobernantes supieron
legitimar a través de la historia argentina.
Actualmente es sobre todo en “lo boliviano” donde resulta
directa la asociación con los estereotipos
de lo que es indeseable y se debe apartar y evitar la convivencia, en
cambio con “lo paraguayo” es más difícil su tipificación inmediata, sus rostros
no son oscuros y sus formas de vestir, les permiten ingresar a “mercados de
competencia” directa con los nativos comodorenses: de mujeres, de hombres, de
sociabilidad, el laboral, entre otros. Podríamos decir que por mucho tiempo
paraguayos y paraguayas, fueron “prácticamente invisibles”, esto se modificó a
partir de la búsqueda de quienes representarán la encarnación de todos los
males y delitos del área de los asentamientos aledaños al Barrio 30 de octubre,
lugar donde residen los jóvenes de un complejo habitacional proyectado desde la
última dictadura militar. Resulta angustiante ver de qué modo ese “experimento”
brindo los éxitos que esperaban quienes generaron un tipo de sociedad basada en
la violencia y la intolerancia, la segregación y disolución de los valores que
podrían generar otro tipo de sociedad a través de la educación y la salud plena
e igualitaria. Los sucesivos gobiernos en sus diferentes niveles no hicieron
más que incrementar la pérdida de sentido frente a la vida que estos jóvenes
sólo sienten valorarse a través de la violencia. Por ende, esto no se soluciona
con represión, sino con revisar el modo en que el Estado puede hacerse presente
desde sus atributos que remiten a la educación en la integridad, la igual y
sobre todo la tolerancia.
* Prof. y Lic. en Historia, UNPSJB. Magíster en Ciencias Sociales con mención en sociología, FLACSO
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