Por Fela Tylbor *
Un ex alumno poco feisbuquero hoy me contactó en el chat. No cualquier ex alumno. Uno de esos en los que sé que mi huella fue importante y el afecto mutuo siempre trascendió los límites del aprendizaje. Es que aparecí en su vida apenas murió su madre y una vez por semana le abrí las puertas de mi casa para que, durante las horas del taller literario, intentara exorcisar el dolor. Hoy -cosa rara- me saludó en el chat para pedirme que le mandara un abrazo cibernético que le calmara la tristeza. Y además del abrazo, me pidió que le dijera que ya iban a dejar de reírse los que estaban disfrutando de la muerte de Néstor Kirchner. Y que por favor le dijera que no iban a aprovechar el momento los asesinos, para tomar el poder y que nadie iba a morir, como ya sucedió en nuestro país. Yo le dije que se quedara tranquilo. “Cristina tiene ovarios”, le dije, “y va a resistir”. “Acordate que ya dijimos NUNCA MÁS”, le recordé. “No va a volver a pasar. Te mando un abrazo muy fuerte.” Yo cumplí con ese papel de madre que a veces tenemos las docentes y él se fue, con algo de consuelo acompañando su día.
Ayer justo había visto un documental en el que Susana, mi amiga, contaba su pasaje por El Vesubio, junto con su marido, a quien no volvió a ver. Yo miraba el DVD y lloraba, mientras pensaba en qué habría sentido, si habría llorado también, la persona que filmaba el saquito mal tejido por Susana para su bebé nacido – por suerte – ya fuera de cautiverio. Y mientras la veía recorrer el lugar en donde había funcionado el centro clandestino, pensaba en la Plaza, en la Madres, en la resistencia y en el dolor resistido a fuerza de no bajar los brazos.
Antes de eso, el 1 de Julio de 1974, yo iba rumbo a la escuela, cuando mi mamá me llamó para decirme que no había clases, porque se había muerto Perón. A los trece años, la muerte solo significó para mí salvarme de Matemáticas.
Hace treinta años y unos días, el 22 de octubre de 1980, mi mamá y yo estábamos en casa, después de volver del entierro de mi papá, intentando digerir, entender la muerte. Era el día del censo y la censista nos subrayó aún más la ausencia y el dolor.
Hoy Cristina fue censada.
En el facebook hay frases, fotos, cintas de luto, notas. En el cielo, sobrevuelan los chacales. En la tele, declaraciones, recuerdos, tendenciosidades. En los corazones, tristeza, alegría, miedo, alivio. En las mentes, elucubraciones, planes, dudas, preguntas. Gente sufriendo y gente festejando.
Mi padre, un judío que logró fugarse un rato antes de la creación del ghetto de Varsovia, me legó – sin saberlo - un sobre con postales de guerra que había comprado en Alemania, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Allí podían verse soldados nazis posando con una sonrisa al lado del cádaver que ingresaría en el crematorio. La misma sonrisa podía verse con el paisaje de fondo de dos judíos ahorcados. O una montaña de cuerpos, probablemente a punto de ser arrojados a una fosa común. Siempre me pregunté qué habría pensado el fotógrafo a la hora de elegir la postura, la iluminación, el ángulo de la foto, que transformaría a la muerte en una obra de arte. Hoy también, muchos se ríen.
Mi alumno buscó un abrazo de madre a la distancia. Susana resistió criando sola a un hijo y apostando a los cambios que se pueden hacer con un pizarrón y una tiza. Mi mamá escondió hasta donde pudo las postales de la guerra, en un intento vano de protegerme de la muerte. Las Madres no se amedrentaron y solo terminaron de girar alrededor de la plaza, cuando el hombre que hoy murió hizo lo que otros no hicieron: escucharlas. A pesar de la muerte, las sonrisas y los chacales, Cristina Fernández resistirá. Y no resistirá sola.
* DNI 14563057
Nota relacionada: Fallecimiento de Néstor Kirchner: recordatorios, homenajes y condolencias que llegaron a Puerta E
Un ex alumno poco feisbuquero hoy me contactó en el chat. No cualquier ex alumno. Uno de esos en los que sé que mi huella fue importante y el afecto mutuo siempre trascendió los límites del aprendizaje. Es que aparecí en su vida apenas murió su madre y una vez por semana le abrí las puertas de mi casa para que, durante las horas del taller literario, intentara exorcisar el dolor. Hoy -cosa rara- me saludó en el chat para pedirme que le mandara un abrazo cibernético que le calmara la tristeza. Y además del abrazo, me pidió que le dijera que ya iban a dejar de reírse los que estaban disfrutando de la muerte de Néstor Kirchner. Y que por favor le dijera que no iban a aprovechar el momento los asesinos, para tomar el poder y que nadie iba a morir, como ya sucedió en nuestro país. Yo le dije que se quedara tranquilo. “Cristina tiene ovarios”, le dije, “y va a resistir”. “Acordate que ya dijimos NUNCA MÁS”, le recordé. “No va a volver a pasar. Te mando un abrazo muy fuerte.” Yo cumplí con ese papel de madre que a veces tenemos las docentes y él se fue, con algo de consuelo acompañando su día.
Ayer justo había visto un documental en el que Susana, mi amiga, contaba su pasaje por El Vesubio, junto con su marido, a quien no volvió a ver. Yo miraba el DVD y lloraba, mientras pensaba en qué habría sentido, si habría llorado también, la persona que filmaba el saquito mal tejido por Susana para su bebé nacido – por suerte – ya fuera de cautiverio. Y mientras la veía recorrer el lugar en donde había funcionado el centro clandestino, pensaba en la Plaza, en la Madres, en la resistencia y en el dolor resistido a fuerza de no bajar los brazos.
Antes de eso, el 1 de Julio de 1974, yo iba rumbo a la escuela, cuando mi mamá me llamó para decirme que no había clases, porque se había muerto Perón. A los trece años, la muerte solo significó para mí salvarme de Matemáticas.
Hace treinta años y unos días, el 22 de octubre de 1980, mi mamá y yo estábamos en casa, después de volver del entierro de mi papá, intentando digerir, entender la muerte. Era el día del censo y la censista nos subrayó aún más la ausencia y el dolor.
Hoy Cristina fue censada.
En el facebook hay frases, fotos, cintas de luto, notas. En el cielo, sobrevuelan los chacales. En la tele, declaraciones, recuerdos, tendenciosidades. En los corazones, tristeza, alegría, miedo, alivio. En las mentes, elucubraciones, planes, dudas, preguntas. Gente sufriendo y gente festejando.
Mi padre, un judío que logró fugarse un rato antes de la creación del ghetto de Varsovia, me legó – sin saberlo - un sobre con postales de guerra que había comprado en Alemania, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Allí podían verse soldados nazis posando con una sonrisa al lado del cádaver que ingresaría en el crematorio. La misma sonrisa podía verse con el paisaje de fondo de dos judíos ahorcados. O una montaña de cuerpos, probablemente a punto de ser arrojados a una fosa común. Siempre me pregunté qué habría pensado el fotógrafo a la hora de elegir la postura, la iluminación, el ángulo de la foto, que transformaría a la muerte en una obra de arte. Hoy también, muchos se ríen.
Mi alumno buscó un abrazo de madre a la distancia. Susana resistió criando sola a un hijo y apostando a los cambios que se pueden hacer con un pizarrón y una tiza. Mi mamá escondió hasta donde pudo las postales de la guerra, en un intento vano de protegerme de la muerte. Las Madres no se amedrentaron y solo terminaron de girar alrededor de la plaza, cuando el hombre que hoy murió hizo lo que otros no hicieron: escucharlas. A pesar de la muerte, las sonrisas y los chacales, Cristina Fernández resistirá. Y no resistirá sola.
* DNI 14563057
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